Goliat y David

Aún una vez un David anterior tomó piedras lisas del arroyo: salió de entre las líneas a aquel torneo de un lado, un pastorcillo que estaba parado, lindo y joven para luchar con un filisteo, vestido todo en mallas descaradas. El jura que ha matado leones, ha matado osos, y aquellos que desprecian al dios de Sion perecerán igual que el oso o el león. Pero… el historiador de aquella contienda no tenía el corazón para contarla bien.

A zancadas al alcance de jabalina, Goliat se maravilla de este extraño muchacho de cara bonita tan orgulloso de su fuerza. El ojo claro de David mide la altura, con la mano lanzada hacia atrás aprieta una rodilla, hace equilibrio un momento pensativamente, y lanza con un largo balanceo vengativo. La piedra, zumbando desde la honda como una abeja salvaje, vuela una línea segura por la frente del filisteo; entonces… pero allí viene un tintineo zafado, y más rápido que lo que un hombre puede pensar, el escudo de Goliat detiene cada lanzamiento. ¡Clang, cling, clang! fue la última de David. El desprecio brilla en el ojo del gigante, imponente ileso de seis codos de altura. Dice atontado David “¡Maldito tu escudo!, ¡y condenada mi honda!, pero no me rendiré”. El saca su material de roble Mamre, un bastón de pastor anudado que rompió las cabezas de varios lobos y zorros viene robando corderos de los ganados de Jesse. Alto ríe Goliat, y aquella risa puede esparcir carros como paja soplada para enrutar, pero David, calmo y valiente, sostiene su terreno, porque Dios salvará. El acero cruza madera, un destello, ¡y oh, vergüenza por el derrocamiento de la belleza! 40 (Los ojos de Dios son oscuros, sus oídos están cerrados.) Un cruel corte de revés de sable, “¡Estoy golpeado, me han matado!” grita el joven David, se arroja blandamente hacia adelante, se ahoga… y muere. Y miren, con casco de púas, gris, sombrío, Goliat se sienta sobre él.

 

traducción: HM

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