En el desierto

Cristo de su amabilidad sediento y hambriento, caminó en el desierto, suaves palabras de gracia habló El a gente perdida del desierto que escuchaba maravillada. El escuchó el llamado de avetoros de los muros en ruinas del palacio, contestándoles fraternalmente. El se abrazó en comunión con la pelícana de solitaria piedad. Basilisco, aciano, en rebaño a sus homilías, con cota de malla en espantoso dispositivo, con monstruosos cabestrillos alambrados, con ansiosos ojos de dragón, grandes ratas en alas de cuero, y pobres cosas ciegas rotas, sucios en sus miserias. Y siempre con El ido, de todas sus andanzas, camarada, con abrigo arrugado, demacradas costillas –pobre inocente- pies sangrantes, garganta ardiente, el viejo e inocente chivo expiatorio, por cuarenta noches y días siguieron en los caminos de Jesús, guardia segura mantuvieron detrás de El, lágrimas como llora un amante.

 

traducción: HM

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