¡Fuera yanquis de Guantánamo ya!
La prisión de Guantánamo ya cumplió más de 21 años, y como campamento de detención extrajudicial ha alojado a 779 hombres debidamente torturados y violada su dignidad humana en ocho campos reconocidos. En sus comienzos, los prisioneros eran encerrados en jaulas de hierro macizo, y ahora en estructuras de cemento que se asemejan a búnkers, que han costado más de 1.000 millones de dólares por año.
Esto rebate a la frase del tango que “20 años no es nada”, pues en estos 21 años nació una nueva generación, pasaron 4 presidentes y se reconstruyó el World Trade Center. Durante ese tiempo, el ejército estadounidense, la CIA y otras agencias de inteligencia experimentaron con torturas y violaciones a derechos humanos. Soldados y oficiales cometieron crímenes de guerra. El congreso estadounidense investigó, escribió y publicó un informe que documenta la tortura, el abuso y el trato inhumano a los prisioneros de Guantánamo, mientras hizo lo imposible para que no cierren el centro de tortura más repugnante que puedan concebir los think tanks de fabricantes de armas y fondos buitre.
Hacer un rastreo de los 779 prisioneros es una tarea tan morbosa como ciclópea, la mayoría fue transferido a otras prisiones que tiene diseminadas por el mundo Estados Unidos, anexas a sus bases militares, una cosa va con la otra, son lo que dicen las provectas leyes coloniales que han vuelto renovadas con los liderazgos bravucones de la derecha global. Hay unos 20 que permanecen allí a la espera de que algún país quiera hacerse cargo de su liberación, y 12 aún imputados con crímenes, quedando algunos amenazados con la detención indefinida por la “ley de la guerra” hasta que alguien reclame piedad por ellos.
Yo tenía 19 años cuando fui enviado a Guantánamo. Allí llegué en 2002, con los ojos vendados, encapuchado, encadenado, golpeado. Cuando los soldados me quitaron las vendas, todo lo que vi eran jaulas llenas de figuras naranjas. Me torturaron. Estaba perdido, con pánico y confundido. No sabía dónde estaba y por qué me habían llevado allí. No sabía cuánto tiempo estaría en prisión o qué me iaba a pasar. Nadie sabía dónde estábamos. Me dieron un número y estuve suspendido entre la vida y la muerte.
Desconocía bastante de Estados Unidos. Suponía que era una tierra de leyes y oportunidad. Todos deseaban vivir allí. Todos creímos que nuestra detención sería breve. No habíamos hecho nada. No podían mantenerlos por mucho tiempo sin que alguien se preocupara. Jamás imaginé que iba a pasar ocho años en confinamiento solitario, que estaría retenido 15 años y liberado sin que se me imputara un crimen.
Recién pasé los 40, y aunque soy un hombre ya hecho aún me siento como el muchacho de 19 años cuando arribó a Guantánamo. En un sentido, envejecí allí –aprendiendo a cómo protestar por mi detención, cómo usar mi cuerpo para una huegla de hambre, cómo resistir. Pienso en mi estadía allí un montón. Mientras mis amigos de la infancia fueron a la universidad, se casaron, trabajaron e iniciaron sus vidas, yo peleé contra guardiacárceles que me asaltaban m ientras intentaba orar.
En los primeros días, cuando era un centro clandestino, todos teníamos preguntas: ¿cuándo seremos liberados?, ¿por qué nuestros interrogatorios empeoran? ¿Por qué nadie cree lo que les contamos? Pero no éramos los únicos con preguntas. Jóvenes guardias deseaban saber qué estaban haciendo allí, quiénes éramos nosotros, y por qué algunos líderes decían que éramos terroristas de “lo peor de lo peor” mientras otros nos llamaban “nadies” o “sucios granjeros”.
Pienso que Guantánamo se hacía esas mismas preguntas. Pienso que Guantánamo deseaba saber en qué tipo de lugar se iba a convertir, por cuánto tiempo sería usada y podría resultar útil.
Todos esperamos por aquellas respuestas, año tras año, mientras envejecíamos. A mí me creció una barba y encanecí. Guantánamo oxida, pela, pudre. Campamento de Rayos-X, el primer campamento, está lleno de hierbajos. Los guardias rotaron y lo mismo hicieron los líderes del campamento. Los guardias que eran amables con nosotros a menudo eran degradados o penalizados, o dejaban Guantánamo confundidos sobre el conflicto entre su debe como oficiales y lo que sabían que estaba bien y mal. El general Miller, arquitecto de lo que Estados Unidos llama “interrogación mejorada”, y el resto llama tortura, estuvo en Irak y Abu Ghraib. Algunos prisioneros suyos fueron liberados. Otros, como Yassir de 21 años, Ali de 26 y Mani de 30, fueron violenta y misteriosamente muertos en custodia.
Los años pasaron como capítulos en un libro, y con cada nuevo capítulo pensamos que nuestras preguntas deberían ser contestadas o al menos que los capítulos deberían cambiar. Había nuevos comienzos y nuevas fases, pero la historía permanecía igual: los interrogatorios continuaban. Así nuestro inhumano tratamiento y acoso religioso.
Cada capítulo se ponía más oscuro mientras perdíamos contacto con las historias de nuestras vidas antes de Guantánamo. Cuando nos llevaron allí, éramos padres, hijos, hermanos y esposos, teníamos familias, sueños y vidas en el mundo exterior. Pero en Guantánamo éramos sólo números, animales en jaulas, totalmente cercenados del mundo que conocíamos. Fuimos atrapados en un infinito ciclo de interrogatorios para obligarnos a admitir que eramos combatientes de al Qaeda o talibanes. Padecimos los abusos y la impunidad de los perpetradores, vimos cómo el centro creció y evolucionó mientras nuestra historia quedó estancada.
Así nuestras historias nos unieron allí. Resistimos y protestamos por la arbitrariedad de nuestra indefinida detención, hicimos huelgas de hambre, vimos sufrir a muchos hermanos, y conocimos nuestra humanidad. También tuvimos momentos de felicidad, creatividad y hermandad. Cantamos, bailamos, bromeamos y reímos. Creamos arte. Nos hicimos hermanos y amigos, incluso con algunos guardias y personal del campamento que nos trataban como si fuéramos humanos. Gradualmente perdimos contacto con nuestros propios seres hasta que Guantánamo se hizo nuestra vida, nuestro mundo, nuestra única historia.
Cuando Guantánamo envejeció, se hizo más fuerte y permanente, nosotros también envejecimos, pero más débiles, más frágiles, aún atados en nuestras jaulas. Escuchamos que algunas personas de todo el mundo protestaron por nuestra situación, y que han hecho movilizaciones cerca de Guantánamo. Esto nos dio esperanza nos hizo sentir que no estábamos olvidados. Pero otro, como políticos afuera de la isla, aprendieron a usar la prisión para crear sus propias falsas historias, historias que festejan sobre nosotros para crearnos miedo. Ellos mantuvieron abierto Guantánamo.
Hacia el final de mi tiempo, Guantánamo estaba madura y más abierta. Nosotros hemos cambiado también: nos habíamos reconectado con el mundo exterior. Intentamos reclamar por aquellas partes de nosotros que fueron arrebatadas y perdidas. Yo tomé clases y creé arte. Aprendí a escribir en inglés historias sobre Guantánamo. Luego de 15 años, estaba preocupado porque no creía que iba a sobrevivir en el mundo que una vez conocí. Yo me crié allí y me hice un hombre. Guantánamo es lo que conocí. Es de donde eran mis amigos.
Pensaba que partiendo finalmente sería capaz de escribir nuevos capítulos, unos que cambiaran y tuvieran un buen final. Terminaría la historia del modo en que lo deseaba: Guantánamos se podrá transformar sólo en un recuerdo. Yo debo moverme, ir a la escuela, casarme, iniciar mi vida. Pero la prisión no me dejó partir. Me sorprendió con una nueva historia.
Como yo cientos de hombres fueron liberados de Guantánamo. Algunos pudieron volver a sus países y se reencontraron con sus familiares. Muchos fueron enviados a lugares que desconocía –Uruguay, Kazajistán, Eslovaquia-. Yo fui enviado a Serbia, donde no tenía amigos ni familia, ni hablaba el idioma. Tratamos de crear nuestras propias historias en estos nuevos lugares, algunos sin Guantánamo. Pero Guantánamo no nos dejará ir. Vivimos con el estigma de haber estado presos allí.
Quedan 32 presos allí. El presidente Biden trabajó para clausurr el campamento pero sin la cooperación del congreso fracasará. Durante años ex prisioneros, activistas, abogados y periodistas trabajaron escribiendo sobre el capítulo final de Guantánamo, uno que termine con justicia, rendición de cuentas, reconciliación y cierre de la prisión. Hagamos que eso suceda, así en un año podemos escribir una nueva historia sobre la vida después de Guantánamo. De los 32 detenidos hay 18 que son elegibles para ser transferidos a otros países, según publicó el Pentágono. Por 14 supuestos terroristas no vale la pena ganarse el odio de media humanidad.