Confesión verdadera 4
Oh Obispo Andrewes, obispo Berkeley, obispo John Peale y Parque del Obispo, miro oscuramente a través de mi ego, y todo lo que percibo es oscuro: ilumino episcopalmente mis testamentos parroquiales y con tus vestimentas vestales tiernamente invierto mi estado. Dejen que la gracia, como el encaje, descienda sobre mí y dignifique mi espalda sin alas: dejen que la Gracia, como el espacio, se apoye sobre mí y me haga sentir un poco más viejo, un poco más noble, dejen que la Gracia se deslice en mi vergonzosa cama y enroscándose a mi alrededor en una boda psíquica, pruebe que hasta la Gracia es una querida.
La luna es agraciada en el cielo, el pájaro es agraciado en el aire, la muchacha es agraciada también, ¿entonces por qué el diablo debería preocuparme capitulando a la desesperación? Dado que la Gracia está claramente en todas partes, y yo estoy tanto aquí o allá, estoy bastante seguro de que obtendré mi porción.
Gracia, a la que ningún hombre ha sostenido jamás, cuyo pecho ninguna mano humana ha presionado, Gracia que ningún amante ha desvestido, porque ella está desnuda como una bestia, la Gracia se ha de dorar o castrar. Dulce Gracia, rebotando en una cama, salta caliente en ella como una primaveral, luego de que una breve oración es dicha.
Ven a mí, Gracia, y te tomaré cerca en mis manos pervertidas, y cuando vengas, no cometas un error, te desgraciaré en ambos extremos. Estaremos agraciados a lo largo de toda la noche, y cuando la estrella matutina mire y blanquee el estado en que estemos, nos agraciaremos nuevamente para ser amables.
Porque el matrimonio es un estado de gracia. Tantos sacrificios mutuos infaliblemente inducen a la paz, comprendiendo el pasado o precios altos. Tanto perdón par tantos dobles cruces o dobles acuerdos, sé que los casados no pueden tener ninguno excepto los sentimientos más desinteresados.
Pero la sabia Iglesia, contemplando las demandas artificiales que el matrimonio y el arte del apareo hacen sobre los egoístas, ordena que reconozcamos como sacramental una unión de otro modo destinada a romper en cada viento anárquico roto por lo temperamental.
Desde los tarpeianos, por alta traición, atado a una bolsa con una serpiente y un gallo, el traidor pisotea la roca romana. Pero en la bolsa, por una mejor razón, los amantes casados, gallo y serpiente, yacen en un monte de Venus. Traidor el uno al otro, falso besando a falso, así penalizados por un creador traicionado.
‘La unión voluntaria de dos vidas’. Esto es, los caballeros de la Justicia nos dicen, el propósito del lazo marital. Pero no puedo pensar en sólo una función que a lo mejor idea unir al celoso con la celosa, y lo que está función une no son vidas sino la zona erógena.
Veo a la joven novia moverse entre los trofeos de nueve meses de su orgullo, y aunque ella no sea realmente joven y sólo virtualmente una novia, ella sabe que sus bellezas ahora pertenecen, con cada otro tesoro de ella pasado y futuro, a su amante: pero sus bebés lo resolverán mal.
Veo al novio en su esplendor rodando como un semental desenfrenado, apuesto, poderoso y tierno, y apasionado como un italiano, y nada podría decir que preste un estremecimiento de más sorpresa y orgullo que si dijera que este bribón estuvo besuquéandose con su novia legal.
Conocí a una bella cortesana que, luego del servicio, desahogaría sus más hermosos recuerdos, como flores, a los pies del hombre cansado: ‘Soy un protoplasma así de sensible’, ella susurraba, cuando no estaba allí, ‘que experimento un orgasmo si toco a un millonario’.
Acostada con, cerca, sobre cada cosa y cada uno, cada pequeña esposa feliz se da al mestizaje una vez en la vida, y cada novio perdonable necesita, a veces, un cambio de vientre, porque aunque la condena pueda estar, la sociedad necesita cada bebé.
Toma un sacramento conservar juntos a cualquier hombre y mujer: pájaros de una pluma perdonable siempre se reúnen y corcovean juntos: ¿y en nuestro sueño perdonable lo que el observador de aves sabrá es si lo que Dios Todopoderoso ve nosotros lo conservamos religiosamente el uno al otro?
A menudo me preguntaba qué método gobernaba la mente celestial cuando hizo como audiencia para Dios al sicofante, el marinero bestia, el solipsista, en síntesis, hombres. Hasta la yegua de paso del circo levanta su nariz al aire en presencia de este modelo.
Por media docena de años simples vivimos felizmente, para hablar así, con 27 pesos por semana, y, cuando preocupados y en lágrimas mi esposa mercenaria se quejó de que no podíamos afrontar nuestro casamiento, ‘Es el doble como mucho’ yo expliqué, ‘de lo que McNeice paga por su garage’.
Yo entretuve a la puta marxista, yo estoy involucrado en la economía, y naturalmente sentía que se debería otorgar más pensamiento a nuestros estómagos. Pero cuando dejo mi fantasía morar en cualquier cosa debajo del corazón, encuentro mis pensamientos, y manos también, descansando sobre alguna parte privada.
Me senté una mañana en la lata que nos servía por un lavatorio componiendo algunos versos laudatorios sobre el estado del hombre: Mi esposa llamó desde el vestidor de la cocina: ‘Hay alguien aquí de Japón. Te quiere allá afuera. Como profesor. Oh, sí. La Guerra acaba de comenzar’.
Así la Providencia ingenió sus enigmas circunstanciales, y la corona del objetor me fue arrebatada. En guerras el manifestante conciente preserva, como mundos se hunden a la fuerza, el particular dignificado. Particularmente uno, por supuesto.
‘El trillado pase de lista de la cronología’, así la autobiografía para De Quincey. Y puedo entenderlo, porque él vivió como una nota al pie a la filología. Pero la enumeración arcangélica de héjiras impredecibles, aquellas, con una pequeña exageración, puedo aducir por mis admiradores.
Y entonces, cuando te vi, isla de pesadilla, desvanecerte en la noche otoñal, sentí elevarse las lágrimas por mi tierra, pero de algún modo estas lágrimas no eran tan enfermas como cuando mi vientre rió recordando que Inglaterra me había dado libertad incondicional para hacer un trabajo por el cual me moría de hambre.
traducción: HM