Apropiación cultu… qué

No, no es el nombre de un grupo musical centenial. Es un intento de reflexión en torno a un tema que no interesa a nadie pero del que todos opinan. Exactamente como el lenguaje inclusivo.

El tema que convoca a la discusión sobre apropiación es la discriminación, fenómeno que no se reduce a su aspecto negativo. Pero cuando sí lo hace, hay que comprender que no es un problema menor. Discriminar es una conducta social naturalizada, muchas veces incoscientemente o incluso sin intenciones muy complejas. Puede ser para ejercitar un sentido del humor provocador o ser un mecanismo de defensa para inconscientes necesidades de autovalidación.  Hay muchas formas de explicarlo. Lo que se dice microfísica del poder: poder manifestar superioridad en algo, aunque más no sea indirectamente. Si me río del imbécil es porque partimos del supuesto en que la imbecilidad está colocada en la “otredad”, sea quien sea que caiga en ese saco con la excusa de pertenecer a un género/clase, edad a la que estereotipamos de esa manera (“mujer tenía que ser”, edad del pavo, rubia tarada, etc.). Podría extender los ejemplos al infinito. Pero no es necesario porque hasta un imbécil es capaz de entender la idea.

También discriminar es un acto de legitimación de estereotipos/atributos, estéticas y condiciones que consideramos válidas, jerarquizadas. Es decir que muchas veces la discriminación sirve para bajarle el precio a las personas. Dicho en sentido “literal” pero también metafórico, porque el “valor” de las personas se refleja (al menos en el siglo XXI) bajo un paradigma de derechos básicos: como a trabajar en condiciones dignas, a vivir con libertad sus elecciones de vida, a participar de la vida politica, social y económica de la sociedad, etc. Peeeero, y aquí es donde tenemos que apreciar las dimensiones y conveniencias de la discriminación: “si sucede, conviene…”. Al menos a alguien le conviene. Porque, por ejemplo,a alguien le puede convenir que sus trabajadores tengan ka autoestima por el piso o sólo se le levante la idea de gritarle algún insulto racista al que viaja en bondi con él, o al que va a la cancha o similar situación. En el mundo capitalista, quienes reciben un salario se ven moralmente compelidos a agradecer a quienes le dieron la oportunidad de trabajar. Como si no fuera una conveniencia mutua (al menos en expectativas). Las personas suelen olvidar su carácter social y el hecho de ser sujetos históricamente condicionados. No reconocen ni siquiera los cientos de miles de mensajes que acompañan a sus consumos culturales: lo que visten, lo que escuchan y ven construye sentido común: ¿de qué tipo? De todo tipo, los que dicen de qué poder enorgullecerse y de qué avergonzarse. Si sos hombre: tu masculinidad tóxica sólo será rabiosamente cuestionada cuando se manifieste intolerable. Mientras tanto: reiremos de la lógica patriarcal tan romántica y carcelera a la vez. Si sos mujer: preparate porque tu cuerpo, tus deseos sexuales, tu trabajo, tu rol familiar, todo será minuciosamente juzgado y valorado durante toda tu maldita vida. Tendrás en tu mente (y en tus redes sociales) el pulgar para arriba o para abajo siempre. Nunca van a faltar amigos, docentes, comunicadores, familia que haga el favorcito de opinar.

Ahora bien, más allá del género que autopercibas, si además sos de un color de piel no hegemónico (es decir si no sos blanca); o migrante, pobre, o tenés sobrepeso, o alguna discapacidad o combinación de estas condiciones, tu trabajo de autoconfianza peligra. De hecho peligra tu salud mental, física y jurídica. Porque la discriminación puede asumir otra escala: la segregación/exclusión o invisibilización social. No importa en qué lugar del planeta vivas. Como las enseñanzas de Patronio al Conde Lucanor: siempre puede existir alguien en peor situación que vos. Como también siempre existirán los condes como Juan Manuel: temerosos de perder sus propiedades. Los temerosos de perder su status son los que ven al populismo como un peligro. Los que consideran que el reconocimiento de derechos básicos va en detrimento de sus privilegios. Son los que defienden a las multinacionales como si fueran sus accionistas. Y sus accionistas son los que tienen los medios de producción acaparados. También los que ponen en circulación ese sentido común jerarquizado, estereotipado y discriminador. Arrastramos históricamente estas formas de discriminación.

En el caso de los pueblos originarios y los afrodescendientes, cargan con la pesada herencia de haber sido esclavizados, pertenecer a comunidades a las que directamente se les negaba la condición de humanidad. Un par de siglos no borran las formas de exclusión sino que las complejizan. Especialmente en Sudamérica, donde las formas colonizadoras no tuvieron las mismas características que en Norteamérica. Mientras que en el norte los colonos aplicaron una rígida segregación, en el sur no fue posible mantener a los originarios en reservas y a los negros esclavizados en los campos (pero vaya que lo intentaron). Digamos que la asimilación, mestizaje y sincretismo no eliminó la exclusión sino que la diluyó. Pero tengamos en cuenta que la condición mestiza (imposible de negar como población marrona que somos mayoritariamente), no siempre fue una condición de orgullo. De hecho, es en buena medida al marketing del mestizaje al que se le puede adjudicar el reclamo de “apropiación”. Parecería que cuando Carolina Herrera, Zara o cualquier casa de moda utiliza /plagia diseños originarios es porque se sienten “orgullosos” de la existencia de esas comunidades laboriosas. El problema es que no sólo no las reconocen, sino que también participan y rentabilizan las injustas formas de producción de la industria textil. No hay que mirar el árbol sino el bosque. Lo importante no es el reconocimiento de sus diseños, su arte, música, etc. Lo importante es la falta total de dignidad en el trato social y económico que el sistema (y sus poderes) establece con estas comunidades. Ahora bien, con el reconocimiento al menos simbólico intentamos avanzar a un tipo de civilización que no niegue las excusas con las que trata peor a ciertos colectivos (pagándole menos de lo que corresponde, arrestándolos, burlandose, ignorando todas sus condiciones ciudadanas). Es similar al trato que se le da a la naturaleza que nos rodea: sobrexplotación maquillada de buenas prácticas, consumo ecofriendly gourmet.

Es por ello que no debemos quedarnos en la discusión boba sobre Jay Balvin o Jorge Drexler como apropiadores de una condición identitaria a la que no pertenecen. Si me hago trenzas no me estoy apropiando de un rasgo distintivo de un afrodescendiente. Pero puedo estar haciendo algo peor. Ignorando o despreciando a esas comunidades históricamente vulneradas. Máxime si soy un artista con influencias, devenido en embajador cultural. Haber transitado décadas de globalización nos debería de haber enseñado que esta gran aldea/cultura se hizo posible (para bien o para mal) gracias a muchísimos aportes. Especialmente culturas asimiladas, diluidas, olvidadas o invisibilizadas.

Entonces más respeto para ellas, porque esas formas arraigadas de discriminación han sido la base simbólica que explica el por qué Latinoamérica es la región más desigual del planeta. Basta ver los acontecimientos en torno a la cumbre de la CELAC 2023, luego de un sostenido y exitoso proceso de erosión a sus capacidades de integración. La región se reúne una vez más sin Estados Unidos y Canadá para pensarse de manera menos servil. Pero se trata de un esfuerzo difícil cuando observamos a la derecha neoliberal tan activa, o más bien tan reactiva a las democracias. A fuerza de golpes de Estado, intentonas, proscripciones y un desatado lawfare.

Debemos comprender las vinculaciones que existen entre ese sentido común colonizado que todavía cargamos, alimentado por esa cultura hegemónica tan pedorra, cuyos contenidos son amplificados por las redes tóxicas. Porque es a través de esos medios que las personas incorporan sus criterios sobre lo que consideran corrupción, demagogia, democrático, legítimo, bello, feo y justificablemente eliminable. Mientras las hordas son alimentadas por el espectáculo punitivo (a rugbiers, lesbianas o ex presidentas), la soberanía económica de nuestra región se rinde a los ataques de los fabricantes del dólar. Por cierto son los mismos que venden las armas con las que se arman las guerras narcos. Los que compran y venden drogas sintéticas y te dejan afuera del negocio farmacéutico del cannabis o que no permiten comerciar hojas de coca. Sí, son los diseñadores de la organización mundial del comercio. Los que hacen las reglas, las rompen y te juzgan a vos en sus tribunales. ¿Son los dueño de la pelota? No necesariamente, pero sí dueños de la transmisión del espectáculo.

Para no sonar como un discurso setentoso, si no les sirve el marxismo como categoría de análisis social, entonces al menos deberíamos de pensar de maneras menos ingenuas y no comernos el sapo narrativo como si esto fuera una mala novela (maxi-miamera) orweliana. Al menos los progresismos no deberían cuidar tanto sus modales. Si no hay chances de ganarles en términos materiales, al menos hacerlo de forma simbólica. Como está haciendo ahora el pueblo peruano y lo hizo también el colombiano. Si los van a acusar de guerrilleros/terroristas por defender sus derechos no es necesario actuar una “moralidad democrática” sino que hay que arrancarla a fuerza de protesta y construcción colectiva de alternativas válidas. A los misóginos derechosos que buscan sembrar el odio entre comunidades nacionales y dividir aymaras, mapuches o mestizos se les debe caer con todo. Hoy es una denuncia a sus mensajes de odio, mañana a sus golpes y represiones y pasado, si no lo podemos evitar, a sus nuevos genocidios. Ojo al piojo.

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