Sombrero de velas

En la mayoría de los autorretratos es el rostro el que domina: Cezanne es un par de ojos nadando en pinceladas, Van Gogh contempla desde un halo de oscuridad arremolinada,
Rembrandt mira aliviado como si se estuviera tomando un respiro de pintar La ceguera de Sansón.
Pero en éste Goya se para bien de espaldas al espejo y es visto posando en el desorden de su estudio dirigiéndose a un lienzo inclinado sobre un alto caballete.
El parece estar sonriendo como si supiera que estamos asombrados por el extraordinario sombrero sobre su cabeza, que está colocado alrededor del borde con candelabros, un dispositivo que le permitía trabajar por la noche.
Sólo puedes preguntarte cómo sería usar tal candelabro en la cabeza, como si fueras un comedor andante o un salón de conciertos. Pero una vez que ves aquel sombrero no es necesario leer ninguna biografía de Goya o memorizar sus fechas.
Para comprender a Goya sólo tienes que imaginarlo encendiendo las velas, una por una, luego colocándose el sombrero en su cabeza, preparado para una noche de trabajo.
Imaginarlo sorprendiendo a su esposa con su nueva invención, la risa como una torta de cumpleaños cuando ella vio el resplandor.
Imaginarlo parpadeando a través de las habitaciones de su casa con todas las sombras volando por las paredes.

Imaginar un viajero perdido golpeando a su puerta una noche oscura en el campo amesetado de España. “Entre” diría él, “me estaba pintando”, mientras se paraba en el umbral sosteniendo la vara de un pincel, iluminado en el resplandor de su famoso sombrero de velas.

traducción: HM

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