El soliloquio del bachiller
Casarse o no casarse, esa es la cuestión, si es más noble sufrir en la mente las cuentas y la renta de una casa de una fortuna casada, o decir “ni” cuando ella propone, y al declinar cortarla. Casarse, fumar, nunca más, y tener una esposa en casa para arreglar los agujeros en medias y camisas, y ropa interior y así más. Es una consumación devotamente a ser deseada. Casarse por vida, casarse, tal vez para la lucha, ay, ahí está el problema, porque en aquella vida casada qué luchas pueden venir, cuando nuestra luna de miel cese debería darnos una pausa, ese es el respeto que hace la diversión de una vida simple. Porque quien puede cargar la lengua despreciativa de su madre, productos enlatados para el té, el fuego moribundo de la chimenea, las angustias de noches insomnes cuando el bebé llora, el dolor de espinillas ladrando sobre una silla y cierre de cinturas que abotonan la espalda, cuando él por sí mismo eluda con un desnudo rechazo todos estos problemas? ¿quién soportaría los bultos, y gruñiría y sudaría bajo una carga de compras? ¿Quién coincidiría las muestras, compraría ratas por pelo, carro de queso y galletas a casa para servir a la noche, para alimentar a tus amigos en el alumuerzo, jugar con Pedro luego del té, cantar canciones de ragtime, divertir a vecinos amistosos? Comprar herramientas de jardín para prestarlas por lo mismo. ¿Quedarse en casa a las noches en abrigo de smoking y zapatillas y escabullirse a la cama a las diez para ahorrar en las cuentas de luz? Así la obligación nos hace a todos cobardes, y así el matiz nativo del matrimonio está enfermizo sobre el pálido elenco de tareas, y así el brillo del casamiento se desvanece, y pierde su atracción.
traducción: HM