El derecho al dolor
A ciertos poetas que están por morir.
Tomen su relleno de íntimo remordimiento, pena perfumada, sobre el niño muerto de un millonario, y la piedad de la Muerte rehusando cualquier revisión en el banco, la cual el millonario debió ordenar a su secretario para que dibuje y tome el efectivo.
Muy bien, ustedes por su dolor y yo por el mío. Déjenme tener un dolor propio si lo deseo. Debería llorar sobre el niño muerto de un fornido jornalero. Su trabajo es barrer sangre del suelo. Obtiene un dolar con setenta centavos por día cuando trabaja, y son varias las tinas de sangre que él saca con una escoba día tras día. Ahora su hija de tres años está en un ataúd blanco que le costó el salario de una semana. Cada sábado a la noche él le pagará al enterrador cincuenta centavos hasta que la deuda desaparezca. El jornalero y su esposa y sus niños lloran sobre el ojeroso rostro casi en paz en la caja blanca. Ellos recuerdan que fue flaca y que elevó alto las cuentas del doctor. Agradecen que se haya ido porque el resto de la familia ahora tendrá más para comer y vestir. Aún ante la majestad de la Muerte ellos lloran alrededor del ataúd y limpian sus ojos con bandanas rojos y suspiran cuando el cura dice “Dios tenga misericordia de todos nosotros”.
Tengo un derecho a sentir mi gargante ahogarse por esto. Ustedes toman su dolor y yo el mío, ¿ven? Mañana no habrá funeral y el jornalero regresará a su trabajo barriendo la sangre del suelo por un dólar setenta centavos por día. Todo lo que hace todo el día es mantenerse empujando sangre de cerdo hacia adelante con una escoba.
traducción: Hugo Müller