El camino del mago

(Dedicado al General J.C.F. Fuller)
El suave terciopelo de la noche estrellada brillaba sobre el camino inexplorado, a través de gigantes claros de tejo, donde su rayo deja caer luz como rocío, encendiendo el velo reluciente, doncella pura y frágil que las arañas tejen para ocultar los rubores de la novia silvestre, Tierra, que tembló con deleite a la caricia masculina de la Noche.

El mago pisa el suave terciopelo al shabat de su Dios. Con sus pies desnudos hizo flores estrelladas en el claro, suavemente, suavemente, mientras se iba al sombrío sacramento, caminando sigiloso a la cita con su vestido de amatista.
Más temprano su alma había ido a la Colina del Martirio, donde la hoguera chamuscada y torcida como una negra serpiente envenenada por las manos del verdugo, es lanzada a través del polvo húmedo y retorcido, jamás ennegreció y jamás secó la sangre del corazón de un suicidio.
El había arrancado la vara de avellana del rudo y caprino dios, aún cuando el rayo menguante de la luna curvada, robado desde el Rey del Día. El había aprendido la señal élfica, había dado la prueba de los Nueve, una vez para delirar y una vez para deleitarse, una vez para inclinarse ante el diablo, una vez para balancear el incensario, una vez para besar a la cabra del infierno, una vez para danzar la primavera de álamo, una vez para graznar y una vez para cantar, una vez para untar con ungüentos mágicos los muslos sabrosos de la bruja con ojos de mar verde. Oh, la miel y la hiel de aquellos labios negros del encantador mientras canta al eclipse mezclando aquel hechizo más poderoso de los dioses gigantes del infierno con los cuatro ingredientes de los elementos del mal: ámbar gris del mástil de oro, almizcle de buey de la jarra mongola, civeta de una caja de jade, mezclada con grasa de varias doncellas asesinadas por los fríos encantamientos de las brujas salvajes y viejas.
El había crucificado a un sapo en la morada del basilisco, murmurando las Runas opuestas, loco con varias maldiciones burlonas.

El había rastreado el sigilo de la serpiente en su espantosamente virgen vigilia. ¡En el corazón! La colina élfica, donde el viento sopla mortalmente frío, desde el mundo que gime debajo de la garganta negra y los dientes sin labios de la Muerte. Allí se paró él, su pecho desnudo, rastreando vida sobre el aire con el cayado y el mayal azotando hacia adelante sobre el vendaval, hasta que su espada que esgrimía como el parpadeo de la Muerte se hundió ante su sutil valla al mar sin estrellas del sentido.
Ahora al fin el hombre ha venido felizmente a sus haluros. Seguramente mientras mueve su cayado en un círculo sobre el barro brota la esmeralda casta y limpía desde el verde más pálido y opaco. Seguramente en el círculo millones de inmaculados pabellones destellan sobre el césped tembloroso como las estrellas de mar en la ola, millones de tiendas enjoyadas para los sacramentos del guerrero. Más vasta, más vasta, más vasta, más vasta crece la estatura del señor,  todo el campamento anillado compite con las galaxias infinitas. En el medio de una piedra cúbica con el Diablo puesto allí, tenía una garganta virginal de cordero, tenía el cuerpo de un armiño, tenía las nalgas de una cabra, ¡tenía el rostro sanguíneo y el tallo de una diosa y un dios!
¡Hechizo a hechizo y paso a paso! Rayos místicos se balancean y rastrean el terciopelo suave que pisaron los sigilos por la adepta plata estrellada. Fondo y frente, y adelante y atrás, alma y cuerpo se balancean y fluyen en vertiginosas caricias hacia imponderables recesos, hasta que al fin el hechizo es tejido, y el velo de las hadas está partido, aquello fue secuencia, espacio y estrés de la conciencia enferma de alma.
¡Entrega tu cuerpo a las bestias! ¡Entrega tu espíritu a los sacerdotes! ¡Rompe en dos la vara de avellana sobre los labios vírgenes del Dios! ¡Destroza la cruz rosada en pedazos! ¡Rompe el rayo negro del trueno! ¡chupa el sangrante beso moreno del resuelto abismo!’ En trama de maravilla el mago escuchó la palabra intolerable. Golpeó la explosiva vara de avellana en los labios escarlatas del Dios, pisoteó la cruz y el núcleo de la rosa, rompió la herramienta de trueno de Thor, manso y sano acólito de los sacerdotales infiernos de despecho, ¡elegante y desvergonzado catamita de las bestias que rondan la noche!
Como una estrella que corre desde el cielo a través de los aires vírgenes desgarrados de luz, desde lo alto se dispara y cae un admirable milagro. Tallada minuciosa y limpia, la llave del más puro lapizlázuli, más azul que el ciego cielo que duele (envueltas en las estrellas sus serpientes tortuosas), por el beso del dios muerto que jamás despierta, disparado con motas doradas de fuego como una virgen con deseo. ¡Mira, las palancas! Frágiles frondas de helecho de diamantes fantásticos, resplandeciendo con azul etéreo en cada exquisita tronera. En la flecha las letras enlazadas, como si dríadas de casta lunar estuvieran abrazadas con sátiros, hechizaron el secreto de la llave: Venga aquí. Y él fue en su camino de mago, destejiendo sueños de cosas más allá de la creencia.

Cuando él quiera, el cansado mundo de los sentidos arrojado cerca como una serpiente alrededor de su corazón se sacude y se para aparte. Entonces las llamas sangrantes del corazón, expandiéndose, extenuantes, urgentes y mandantes, y la llave abre la puerta donde su amor vive por siempre. Todo fluye glauco en su corriente. Resplandeciendo en el cielo ámbar al pórfido hechizado, ella tenía ojos de escama brillante, como una serpiente de agua fría y gris. Ella tenía pechos desnudos de ámbar, chorreando vino en su recámara, donde se agacha y bebe el acertijo de la Esfinge.
Ella tenía miembros desnudos de ámbar donde los niños trepan. Ella tenía cinco ombligos rojo rosados, de las cinco heridas que el Dios sangró, cada herida que la maternó aún sangra, y en la sangre sus bebés se están alimentando. ¡Oh!, como un pelícano de alas rosas, ¡ella había criado benditos bebés a Pan! ¡Oh!, como un ruiseñor de tinte aleonado, ella había desgarrado su pecho en espinas para aprovechar el estéril rosal y renovar su vida con aquel rocío desastroso, ¡construyendo la rosa sobre la luz del mundo con música del pálido rayo lunar! Oh, ella es como el río de sangre que rompe desde los labios del dios bastardo, cuando él vio a la madre sagrada sonreír sobre el ibis que volaba arriba de la espuma del Nilo, cargando los miembros sin bendecir, no nacidos, ¡que la bestia acechante del Nilo había desgarrado!
Entonces (porque el mundo es cansador) dejo tiradas aquellas espantosas almas del sentido. Sacrifico este calzado impuro al frío rayo de la luna menguante. Tomo el bastón bifurcado de avellano, y la rosa de injerto no terrenal, y la lámpara de ningún aceite de oliva con la sangre del corazón que puede hervir sola. Con pecho desnudo y pies descalzos sigo el camino del mago a Dios.
Donde sea que él se dirija mis pies lo seguirán, sobre la altura, en las profundidades, arriba, en las cavernas de puro aliento frío, abajo en lo profundo de la asquerosa muerte caliente, a través de los mares, a través de los fuegos, pasado el palacio de deseos, donde él quiera, aunque él lo desee o no, si voy, no importe a dónde vaya.
Porque en mí está la mancha de la sangre de las hadas. Rápido, rápido su corriente esmeralda salta dentro de mí, ruda, violenta como la beatitud de un fauno bestial. En mí la sangre de hada corre duro: mis señores fueron un druida, un demonio, un bardo, una bestia, un mago, una serpiente y un sátiro, porque –como dijo mi madre- ¿qué importa? Ella era un hada, de las hadas puras, la hija de la reina Morgan por un hada, demonio que vino una vez a Orkney para pagarle a Beetle sus horizontes.

Entonces, soy yo el que me retuerzo con la sacudida de la sangre de hada, y la comezón del mago para alcanzar un asunto que uno no debería pronunciar, más que hundirse en el grasiento balbuceo de los británicos mascando su pan y manteca, muchachos enfermos y muchachas vulgares se volvieron mujeres descuidados y brutales maleantes. Entonces, estoy afuera con el material en mano para la infinita luz de la tierra sin nombre.
La oscuridad esparce sus corrientes sombrías, manchando los sueños élficos. Yo podría felizmente tener miedo, si no fuera por la doncella emplumada que me conduce suavemente de la mano, me susurra para que entienda. Ahora (cuando a través del mundo de llanto la luz al fin arrastrándose estelarmente roba la visión de mi nuevo bebé, luz, ¡oh, luz que no es luz!), sobre mi boca los labios de ella como una piedra sobre mi sepulcro, sellan mi discurso con éxtasis, hasta que un bebé nace de mí, que es más silencioso que yo, porque su llanto inarticulado se silencia cuando su boca es presionada a su perlado pecho de miel, mientras su aliento divinamente ondula los pétalos de rosa de sus pezones, y él lame la leche chorreada desde las suaves y deliciosas  tetas, más dulce que las duchas dulces de abeja en el cáliz de las flores, más embriagadora que todas las uvas púrpuras de Pan.
¡Ah!, mis propios labios están quietos. Solamente, todo el mundo es llenado con el eco que cae sobre la miel desde el trébol. Pasión, penitencia y dolor buscan nuevamente el vientre de la madre, y nace el triple tesoro, paz, pureza y placer.
-Silencio, mi niña, y ven arriba, ¡donde las estrellas son suave terciopelo!

 

traducción: Hugo Müller

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