Matanzas inter-étnicas en Etiopía ascienden a un ritmo espectacular

Más de 100 personas han sido asesinadas en Benishangul-Gumuz, región occidental de Etiopía, en la última masacre étnica ocurrida en el convulsionado país africano, la fatídica tierra prometida de Bob Marley.

Testigos y funcionarios dijeron que el ataque –ocurrido un día después de la visita del primer ministro nobel de la paz Abiy Ahmed- a un edificio del gobierno en la zona de Metekel fue devastador. Justo Ahmed había declarado que ajusticiaría a los autores de los recientes ataques. Los analistas, vaya a saber por qué y tomando qué fuentes, consideraron que el ataque no está relacionado con el conflicto mortal que se desencadenó en la región de Tigray, donde el ejército etíope, aliado con otras fuerzas vecinas, desde hace un mes combate a fuerzas separatistas armadas hasta los huesos. .

Tropas federales se desplegaron en otra región de la segunda nación de Africa más poblada, despertando el temor de los pobladores y una creciente sensación de inseguridad, que la vida no vale nada y que la muerte es inminente. Aún antes del conflicto de Tigray, el gobierno de Abiy debió afrontar diversos conflictos bélicos. Desde que el nobelado premier asumió el cargo en 2018 la violencia entre distintas etnias que se disputan tierras y recursos ha forzado desplazamientos masivos. Las tensiones étnicas son el principal desafío de Abiy, quien torpemente intenta promover la unidad nacional en un país de 800 grupos étnicos.

Belay Wajera, un granjero de la ciudad de Bulen, le dijo a Maldita Realidad que él contó 82 cuerpos destrozados en el campo circundante al atentado. El y su familia se despertaron con el sonido de disparos y se escaparon de sus casas mientras oían a hombres gritando “atrápenlos”. Su esposa y sus cinco hijos fueron asesinados: él recibió un disparo en las nalgas mientras otros cuatro hijos escaparon y están perdidos.

Otro residente del pueblo, Hassen Yimama, dijo que hombres armados irrumpieron a las seis de la mañana y que contabilizó 20 cuerpos en diferentes lugares. El agarró su escopeta pero los asaltantes le acertaron a su estómago. Los médicos de la única clínica de la ciudad informaron que trataron a 28 heridos, la mayoría con heridas de bala. Los pacientes narraron cómo sus parientes fueron acuchillados, cómo prendían fuego a las casas y le disparaban a la gente desarmada que procuraba huir.

“No estábamos preparados para esto y nos estamos quedando sin medicinas” dijo una enfermera, añadiendo luego que vio cómo moría una niña de cinco años víctima del salvaje ataque cuando era trasladada en una ambulancia.

El jefe del Ejército, Birhanu Jula, que había estado con Abiy el día anterior, visitó la región para rogar calma y que no se produzcan más ataques de esta naturaleza. Se duda que su visita logre tal efecto. “El deseo de nuestros enemigos de dividir a Etiopía entre grupos étnicos y religiosos aún existe. Su deseo seguirá insatisfecho” –tuiteó Abiy el día que fue a Metekel. En su discurso afirmó que había un deseo de paz y que el sentimiento “sobrepasaría” a la agenda de “la grieta”. Por el momento, omitió hacer algún comentario sobre esta última matanza.

Estados Unidos está metido en el asunto, apoya a Egipto en su conflicto con Etiopía por la represa que dejaría secas las fuentes del sagrado río Nilo. Aquí se vive en una “crisis humanitaria permanente” tan espeluznante como la de Yemen. El rastafarismo sufre a pesar de la onda progresista que legaliza cada vez más a la marihuana. El comportamiento deleznable de líderes que convocan a la violencia y la “justicia por mano propia” no parece que vaya a detenerse.

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