Panorama pandémico en Kibuye

Pasando caminos de tierra llenos de baches, vendedores callejeros y cartelería electoral, por una calle lateral del suburbio de Kibuye, en Kampala –capital de Uganda-, se llega a un área de refugiados llamada “Barrio Congo”. Lindero con el barrio de Katwe, famoso por la película de Disney “La reina de Katwe”, que detallaba la vida de un prodigio del ajedrez nacido en la pobreza, muchos de los diez mil refugiados congoleños residentes en Uganda viven aquí. Familias extendidas comparten una o dos habitaciones, tomadas de lo que alguna vez fueron cómodas casas, pero que ahora son “piezas en alquiler”.

Se trata de gente que viene huyendo de la guerra y la extramea violencia en la República Democrática del Congo. Vinieron a Uganda buscando una nueva vida. Ahora, la pandemia del coronavirus ha destruido todas las esperanzas que tenían. Están enfrentando desalojos y sufriendo el desprecio de los ugandeses que quieren que el gobierno los deporte.

En las habitaciones donde se hacinan es imposible el distanciamiento social, de modo que los residentes se arreglan como pueden. Necesitan salir cada día a buscar comida. Nyongonye Bridget no puede aventurarse a tanto. Se sienta en su silla de ruedas enfrente de la habitación que comparte con cinco parientes, vendiendo hojas de mandioca. Todos los comercios desaparecieron desde que comenzó la pandemia. Cuando hablamos con ella al final de la tarde, sólo había reunido cincuenta centavos.

La cuarentena de Uganda fue la más estricta de Africa. Empezó en marzo e incluyó la disolución del transporte público en toda la nación. En abril el esposo de Bridget murió de un ataque al corazón. Los intentos por salvarlo fracasaron porque no había vehículo para llevarlo al hospital. Cuando finalmente lograron que una moto-taxi lo transportara en condiciones riesgosas, cuando arribó a la guardia le dijeron que no lo atenderían porque era refugiado, entonces se fue a morir a su casa.

El mantenía a su familia, incluidos tres niños propios y dos sobrinos, y ninguno pudo encontrar trabajo. Luego de su muerte Bridget dejó de pagar el alquiler. Ahora espera que la desalojen mañana. “Pueden ver la situación en la que me encuentro. Tengo un problema en la espalda, no puedo caminar, no puedo pararme, sólo estoy sufriendo”.

La pandemia expuso la rudeza de las sociedades en todo el mundo, poniendo a seres humanos en situaciones críticas en las que jamás soñaron encontrarse. Particularmente vulnerables son los pobres que viven en vecindarios desfavorecidos. Los refugiados no son los únicos que están luchando, especialmente en los países en desarrollo donde se carece de toda protección social.

Uganda cerró sus fronteras temprano, una acción que le permitió mostrar una lenta expansión de la enfermedad, pero ahora el país está experimentando una notable suba, confirmándose ya 6.468 casos, y más de 60 muertes en los dos últimos meses.

En los primeros meses de la pandemia, los muertos por violar las restricciones –a cargo de las fuerzas de seguridad- superaban ampliamente a los occisos por el virus. La gente debió mantenerse alejada de las calles o sobrellevar varios días de arresto (nadie pagó las multas elevadísimas por burlar el toque de queda decretado por el presidente Yoweri Museveni, prefiriendo dormir en celdas a pan y agua). Esto en un país de 40 millones de personas que durante la cuarentena han vivido de sus ahorros o han acumulado deudas.

Recientemente, Museveni amenazó con arrestar a todo el que sea detenido con comida en exceso, y que se les imputará de intento de asesinato. Muchas organizaciones de caridad evacuaron a su personal, y los pocos que se quedaron se hallan muertos de miedo en sus viviendas. Las organizaciones de ayuda locales hace rato se quedaron sin fondos.

Sencillamanente, la gente sobrevive en base a una dieta de gachas aguadas durante semanas. Los refugiados congoleños sólo hablan francés o lingala, y no pueden comprender las instrucciones del gobierno. Esto los expone a sufrir abusos de la policía ugandesa. De cualquier modo, el principal problema de la comunidad es actualmente los desalojos. Muchos de los echados se fueron a dormir a iglesias, que están cerradas porque aún están prohibidas las ceremonias religiosas. Esto expone a la gente a mayores riesgos de contagio, ya que se ven forzado a morar rodeados de desgraciados en similares condiciones, con escasos conocimientos de la higiene necesaria para combatir a Covid-19. Los refugiados congoleños quedan expuestos así al hambre y la desolación. La cobertura social para esta gente es lamentable, y los pobres están sufriendo vidas horribles, de privaciones y padecimientos constantes. Además de los millones que morirán de hambre, otros varios millones caerán en el desempleo y la pobreza…

“El mundo está en una encrucijada existencial, una profunda recesión económica, un cambio climático devastador, extrema desigualdad y un desafiante movimiento que quiere imponer el racismo como ideología divina y la base de desarrollo en varios países. La estupidez e hijaputez de líderes como Trump, Bolsonaro y Orban no pueden ser reales, y sólo pueden explicarse como parte de un guión de Hollywood” opinó Bridget.

Un par de congoleños amigos quisieron seguir adelante con su negocio de diseño de indumentaria. Alquilaron máquinas de coser y pusieron anuncios promocionando atuendos caseros. Pero la gente no tiene plata, apenas le alcanza para comprar la poca comida que se remata en el mercado. Conseguir hoy buenos alimentos y medicamentos en Kampala es una utopía, aún cuando se cuente con el dinero. La mayoría de los congoleños presenta secuelas del pasado, enfermedades venéreas, malaria y terribles jaquecas.

En la contingencia que atraviesan, los refugiados congoleños que sobreviven lo hacen a grandes costos para su salud y equilibrio mental. Casi todos tienen estrés y niveles de ansiedad altísimos. Sus esperanzas y deseos de llevar una vida feliz en Uganda se desvanecieron…

De acuerdo al Banco Mundial, para el año 2030 dos billones de personas vivirán en barrios carenciados de grandes ciudades. Muchos han de abandonar la escuela, y lejos de tenerle miedo al corona, están preocupados por cómo van a sobrevivir mañana. La vida es dura aquí en Kibuye, nada que ver con la pandemia cómoda y entretenida que están viviendo las élites residentes en barrios lujosos y protegidas por fuerzas de seguridad asesinas.

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