Los niños de la casa de la Mirada
El invierno cae temprano en la casa de la Mirada,
aves en bandadas reverberantes acechan su caja ancestral,
las pletóricas bayas expanden sus brillantes racimos en el aire.
La música de la fuente es tranquila, el oscuro hielo de la piscina quieto,
donde un pequeño y sanguíneo sol flota sobre un espejo, hacia un Occidente carmesí desde un sur de narciso.
Es extraño ver niños pequeños en una casa tan invernal, como conejos en la nieve congelada las huellas de sus pies cuenta-cuentos van, su risa suena como tamboriles bajo la tarde ominosa: sus pequeños y elevados rostros como retoños de vides invernales, sus cuerpos juguetones suaves como copos en el aire que pasa, frágiles como el pétalo girando desde la zarza de los bosques.
Sobre ellos el silencio se endurece, rígido como un mar ártico, la luz falla, la noche cae, la luna invernal resplandece, el azafrán pronto se abrirá gris y distraerá la austeridad de la tierra: grueso misterio, salvaje peligro, la ley como un tallo de hierro: aún luce su atuendo primaveral, cada uno con su fuego diminuto soplado a un núcleo de ardor por el espantoso aliento de Dios.
traducción: Hugo Müller