En un ferry

El río se ensancha a un mar sin senderos bajo la lluvia, niebla y cielos sombríos.

Miro por la ventana, es una perspectiva gris, esta conducción de humanidad en masa en un día así, de una orilla a la otra ocupada, y empolla el pensamiento de que la belleza no existe más.
Pero veo a aquella mujer en el asiento de la cabina, las tierras del sur en su rostro y vestido extranjero, se inclina sobre un bebé, con la ternura que usan las madres, su boca se pone suave y dulce. Entonces, levantando los ojos, ustedes, santos en el paraíso, ¡qué dolor en aquella extraña mirada de ella a la lluvia!
Allí luce una vívida banda de rojo escarlata con descuidada gracia sobre su cabello negro, sus mejillas arden morenas, y es su modo de usar un vestido donde los colores se elevan en firme saten. Sus ojos brillan oscuros como cualquiera puede ver a lo largo de las serperteantes carreteras de Italia.
¡Qué ensoñaciones tendrá ella de climas soleados, aquella mendiga en el medio de la arrastrada multitud!
¡Cómo debe añorar solaces de canción, por calidez y amor para amueblar tiempos de risa!

Su sola mirada sobre las aguas grises está llena de pena por algún ayer perdido.
He visto una paloma, batida por la tormenta, lejos en el mar, y una vez una flor creciendo en soledad en una roca, he escuchado gemir a un sabueso, abandonado sin dueño: pero nunca vino a mí este sentido de criaturas separadas de todo aquello que acaricia la vida y alimenta el corazón.
traducción: Hugo Müller

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