La Rocinha asediada por covid-19
Washington Castro era un residente típico de la Rocinha, la inmensa favela que se erige en la costa atlántica de Río de Janeiro. Trabajador, temeroso de Dios, retoño de migrantes que vinieron aquí del empobrecido y reseco nordeste, mantenía a dos pequeños con dos empleos, y usaba saco y corbata cuando asistía a la iglesia local.
“Era un muchacho maravilloso. Trabajaba de lunes a lunes” dice su padre, conmovido de dolor. José Osmar Alves da Silva lo recuerda mientras se refleja en la muerte de su hijo. “Ahora tengo un agujero adentro de mi pecho y ya nada tiene sentido para mí” –añade, desconsolado.
Castro murió ayer en un caso sospechoso de covid-19, tenía 27 años, y es uno de los seis muertos que se cobró el coronavirus en lo que muchos temen una marcha devastadora a través de una de las comunidades más vulnerables del continente.
“Era un bombón… Siempre que nos encontrábamos tenía la misma sonrisa” –dijo Cecília Vasconcelos, una amiga de la infancia que creció a su lado en esta favela de 100.000 habitantes erigida en el sur de la ciudad.
El coronavirus entró al país en los cuerpos de varios miembros de las élites y clase alta, al retornar de sus vacaciones en Europa y Estados Unidos. En Río y en São Paulo, las primeras infecciones se concentraron en los vecindarios más ricos, como Copacabana y Gávea, donde Castro trabajaba como cadete en una empresa contable y como mozo de pileta en un club al que acuden los plutócratas de Brasil. Se trata del Country Club, uno de los más importantes de la ciudad, énclave ultra-exclusivo de privilegiados y poder, a sólo 5 kilómetros de la Rocinha. Allí 60 de los 850 miembros se infectaron. De algún modo, esto explica que a pesar de su elevada tasa de casos detectados (la mayor del continente), casi la mitad de ellos ha logrado recuperarse, pues tienen dinero suficiente para sufrir el embate de virus mucho más feroces que el covid-19.
A dos meses de haberse detectado el primer caso, la “gripesinha”, tal como la calificó el presidente, se ha abierto camino hacia los más menesterosos, incursionando en las populosas favelas de las principales ciudades, siendo las consecuencias catastróficas, y a punto de desencadenar desastres sanitarios.
“Se puede apreciar como el virus se está moviendo hacia las periferias, está llegando allí” dijo Paulo Lotufo, epidemiólogo de la Universidad de São Paulo, advirtiendo que la proliferación en las favelas puede acarrear terribles resultados y pérdidas humanas, en una población cuyo riesgo alimentario es alto y vive en condiciones de higiene mínimas. “Me temo que en algunos lugares vamos a ver situaciones parecidas a las de Ecuador, donde los hospitales han sido desbordados y los cuerpos tirados en las calles” advirtió Lotufo.
Pedro Doria, escritor carioca, opina que el peso político que está cargando Jair Bolsonaro, por el mal manejo de la pandemia es alto, en una actitud estudiada para caerles mal a los millones de pobres que no le interesan a su gobierno criminal. Por eso, en su estilo despojado y mesiánico, convocó a levantar las medidas de confinamiento en todo el país.
“Actualmente, lo que más está golpeando a las favelas es la crisis económica. Así la postura de Bolsonaro responde de algún modo a sus urgencias. Pero las cosas pueden cambiar cuando uno empieza a ver cómo caen como moscas sus seres más amados, especialmente los viejitos” –explica el escritor Doria.
“Si la pandemia hace más estragos en las favelas y barrios suburbanos, Bolsonaro perderá un montón de apoyo” –predice Doria, especulando que la crisis podría derivar en un impeachment. “La gente no olvidará que él los incentivó a salir a las calles”.
Hasta el momento sólo se registraron 140 casos de covid-19 en las favelas de Río (54 en la Rocinha), que albergan al 20% de sus 6,7 millones de habitantes. De ellos murieron 18, en Acari, Manguinhos y Ciudad de Dios.
Wallace Pereira, un líder comunitario de la Rocinha, teme que la falta de tests hará que las cifras se eleven dramáticamente. “Las disputas entre Bolsonaro y el gobernador, dando órdenes contradictorias, dejaron a las poblaciones confusas y expuestas. La gente se está enfermando y no sabe a dónde ir. La situación está empeorando porque hay muchos que salen a parrandear diciendo ‘el virus no me va a hacer nada’, lo cual es una fantasía” –dijo Pereira.
En Morro da Providência, la favela más antigua de Rio, Maurício Rodrigues de Oliveira, de 64 años, fue hallado muerto por dos vecinos, quienes sospechan que tenía covid-19. Ladelson Soares, vecino de 41, dijo: “Ayer se quejaba de que tenía fiebre y que se había desmayado en la calle. Era una persona maravillosa, era mozo en el restaurant más famoso de la ciudad. Las autoridades tardaron dos días en llevarse el cuerpo”. Esta muerte ha dejado a varios vecinos en pánico, además de afrontar la lucha por la supervivencia.
Claudene Carvalho, una desempleada que encontró el cuerpo e imploró por asistencia comunitaria, dijo: “Recién hoy pude juntar plata para comprar papel higiénico, tengo dos chicos en casa. Pero eso significa que no tendré dinero para comer”.
Para la familia de Castro la tragedia comenzó la mañana del 6 de abril, cuando se subió al bus 539 para ir a su trabajo. Apenas llegó a su oficina comenzó a sentirse mal y acudió a una clínica donde fue admitido por un dolor de cabeza y dificultades respiratorias. Por entonces, el covid-19 ya había matado a más de 500 brasileños. Aparentemente más tranquilo, Castro le envió a su padre una foto por WhatsApp donde aparecía con una máscara de oxígeno. Nadie imaginó lo que iba a pasar. Dos días después Castro fue trasladado a un hospital exclusivo para pacientes de covid-19 al oeste de la ciudad, donde fue entubado apenas arribó. Su padre, de 56 años, recuerda: “Llegamos allí pero no pudimos verlo, sólo hablamos con los doctores”.
Luego de 10 días en terapia intensiva –y para sus parientes, 10 días de oración- Castro fue declarado muerto el 18 de abril a las 4.30 am. El certificado de defunción decía que la causa oficial de muerte era un síndrome respiratorio agudo severo. Dejó dos niños, Maria Clara y Pierre, de 3 y 7 años. No lejos de la casa de Castro, otro familia también está llorando. Antônio Edson Mariano, un vendedor ambulante de 67 años, que actualmente vendía bizcochos en la playa, murió. Tres días antes se había quejado de un dolor de estómago, y fue el primer muerto de la Rocinha por el coronavirus. El día de su cremación, Maria Lúcia Moreira Mariano, esposa de Mariano, fue llevada al hospital y le dieron el mismo diagnóstico. Pero mientras lucha por su propia vida, a ella también le avisaron de otra fatalidad. Alexandre, su hijo de 45 años, también acaba de morir por covid-19.