Japón, de los Juegos Olímpicos al campeonato mundial de “sin techo”

Los café con Internet de Tokio solían estar atestados, por ello no sorprendió que Japón haya decidido cerrarlos como parte de sus esfuerzos por frenar la expansión del coronavirus. Pero al priorizar el distanciamiento social, la medida ha expuesto un problema que ha estado oculto en el país por muchos años. Al estar abiertos las 24 horas, estos cafés servían para oscurecer la elevadísima tasa de personas sin techo, que los usaban como paradores o aguantaderos. Según el último informe del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, la cifra de personas en esa condición ha superado las 100.000 en todo el país.

En un país donde la gente está acostumbrada a tener un empleo para todo la vida, el estigma social de ser un “homeless” (sin techo) es oprobioso. Los desocupados del país suelen soportar una rutina de abarrotarse en los espacios reducidos de los cafés. Usualmente hay una oferta de tragos con café en un deslumbrante rincón de las instalaciones, que se asemejan a refugios y hosterías, pero la mayoría ingresa sólo a un lúgubre corredor donde encuentran una cabina donde se introducen con sus pertenencias acomodándose en el estrecho espacio disponible como faquires.  Allí encuentran algo de preciosa privacidad y respiro por 12 horas, debiendo pagar para ello 2.000 yenes al dueño.

“Es un fenómeno que surgió en los últimos años. Especialmente para mujeres que no tienen un hogar estable” –explica Arnold Fang, investigador que trabaja para Amnesty International. “Son lugares que se rentan por hora, son muy estrechos: cuentan con una computadora y algunos tienen un inodoro para que puedan hacer sus necesidades. Es el lugar preferido de todos aquellos que no pueden pagarse un alquiler formal”.

Se calcula que casi 10.000 personas usan los cyber-cafés para dormir, haciéndolo incluso personas que tienen empleo. Hong Kong ha experimentado una tendencia similar recientemente, siendo conocidos en la comunidad como “McRefugiados”, especialmente vulnerables luego del cierre de las cadenas McDonald’s.

Con la pandemia del coronavirus, y la consiguiente cuarentena nipona, Tokio parece una ciudad fantasmal. Las calles vacías plantean un nuevo desafío a los homeless, quienes deben esforzarse para conservar su salud mental. Algo parecido ocurre en las grandes urbes del mundo, donde moran miles de homeless. “Para la gente que duerme en la calle, lo cual ya es una situación angustiante, puede resultar muy tenebroso ver cómo se han deshabitado las calles. Los lugares a los que solían ir a pedir comida o bebida ya no están más abiertos. Los ciber-cafés, entonces, han surgido como alternativas para acomodarse. Las políticas del gobierno japonés hacia este sector de la población han sido confusas, ya que se les solicita varios documentos. De hecho, con el correr de la pandemia, han cerrado también varios cyber-cafés, y con ello, los homeless han perdido sus hogares temporales. Si bien el gobierno ha preparado hoteles como refugios, la infraestructura no es suficiente para contener a todos los desocupados y harapientos del país.

Muchos de los que han sido alojados en hoteles fueron mudados a refugios llamados Mutei, de muy bajo costo, donde no tienen ni agua ni energía eléctrica. Allí deben compartir habitaciones de 2 por 2 entre veinte personas. En el contexto de pánico al contagio esto no tiene mucho sentido, y la mayoría acaba por volver al duro asfalto de las calles.

Japón se encuentra así en una posición precaria, sabiendo que la crisis apremia y que la cantidad de homeless aumenta minuto a minuto. Pero el gobierno no quiere –o no puede- solucionar el problema. Si se insiste en amuchar gente en albergues que se encuentran en pésimas condiciones sanitarias, seguramente el virus se expandirá. De este modo, las personas en situación de calle no saben dónde corren más riesgo: si en la calle o en los refugios que les ofrece el gobierno. Por lo pronto, cuando son trasladados a algún refugio la mayoría decide escapar al riesgo callejero.

Es aquí donde se iban a celebrar los Juegos Olímpicos, y donde se esperaban momentos y vivencias muy distintos. El Comité Organizador ahora está sentado ociosamente mientras el mundo soporta la devastación económica de la pandemia, antes de postergar de mala gana los juegos para el 2021. La villa olímpica ahora abandonada podría utilizarse como refugio para los miles de homeless que pretenden mantenerse alejados de covid-19. De hecho, varias organizaciones se lo han pedido al gobierno pero hasta ahora sólo han obtenido como respuesta que se requieren soluciones y una estrategia de largo aliento para ayudar a esta gente, y que los contratos con las empresas constructoras no contemplaban el alojamiento de semejantes inquilinos.

Mientras la humanidad espera que la crisis sirva para que la gente adquiera conciencia de la problemática de la pobreza y el desempleo, y de los homeless, en la mayoría de los países se los deja en las calles, salvo en Finlandia. Con la recesión económica que se avecina, las acciones de los gobiernos estarán abocadas a prevenir el surgimiento de nuevos virus que revelen la endeblez de los sistemas públicos de salud y bienestar social.

“El costo mayor de tener homeless en la actualidad es el potencial contagio que representan para el resto de la población. Al estar en contacto con las poblaciones más vulnerables, son un foco y una fuente de enfermedades” –explica un profesor de Economía de la Universidad de Tokio. “Si no se toman medidas de albergue ya la situación empeorará y jamás podremos superar esta pandemia, y las que vendrán. Una sociedad no es económicamente viable si tiene gente durmiendo en las calles” –vaticina el académico.

Así, las calles desiertas de las principales ciudades del mundo han puesto al desnudo y exhiben a quienes no les queda otro remedio que vivir y dormir en ellas. La vivienda es un derecho humano largamente olvidado, y en Tokio está realidad se expone de manera espantosa con el cierre de los famosos ciber-cafés y el acecho de covid-19 a la vuelta de la esquina.

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