En Líbano vacían el Banco Central, hay hiperinflación y caos al acecho

Con neumáticos ardiendo y brillando detrás, un manifestante libanés desesperado grita en un tumulto a policías intentando despejar el camino: “Le juro por Dios, nos estamos muriendo de hambre”.

Uno de los policías, con una máscara quirúrgica y uniforme militar, responde el grito con igual desesperación: “Yo tengo más hambre que vos”.

La espantosa escena fue capturada en video durante una reciente protesta al norte de Beirut, demostrando la intensidad del colapso económico que está desvastando al Líbano. En todo el país, los manifestantes desafiaron el distanciamiento social y la cuarentena para tomar las calles y expresar su furia ante la peor crisis financiera del país desde la guerra civil de 1975-1990.

Con las amas de casa escarbando para poner comida en la mesa –y sin un modo obvio de resolver la crisis- la agonía económica que se asoma ha despertado el temor de que el país retorne a un conflicto civil. Ayer, grupos bombardearon cajeros automáticos y muchedumbres enojadas se reunieron alrededor del Banco Central mientras la moneda local se hundía a su récord más bajo –con el dólar a 4.300 liras en el mercado negro-, en lo que se estima es un valor realista. El cambio oficial, por su parte, se mantuvo fijo en 1.500 liras por dólar.

Los manifestantes también cantaron contra la suba de precios causada en parte por el colapso de la moneda: el costo de alimentos básicos como el azúcar treparon cerca del 70% mientras que las verduras salen el doble de lo que costaban el año pasado.

Con más gente en las calles a pesar del toque de queda, los disturbios se volvieron mortales en Tripoli, la ciudad con las tasas más altas de desempleo y pobreza en el país. Fawwaz Fouad Al-Seman, un manifestante de 26 años murió tras recibir varios disparos de armas de fuego de las fuerzas de seguridad, en lo que Human Rights Watch calificó como “uso excesivo de la fuerza”.

La policía lanzó un comunicado expresando su “profundo arrepentimiento” por el crimen. Allí explica que sus fuerzas se vieron asediadas por el lanzamiento de cocktails molotov y granadas de mano que hirieron a 40 efectivos. La fatalidad elevó las tensiones. Furiosos deudos del occiso se expresaron en su funeral, donde enojados y armados hicieron varios disparos de ametralladoras al aire.

En Beirut, salieron miles de jóvenes al Banco Central para repudiar el asesinato de Fawaz y expresar su ira por la crisis económica y política, ahora exacerbada por la pandemia del coronavirus y una severa cuarentena que ha detenido la vida pública y el comercio. Allí, los manifestantes anunciaron que el viernes marcharán en todo el país. Y advierten que la única manera de defenderse de la gente es tomar las calles y quedarse allí.

“La situación está eempeorando –la gente no le puede comprar leche o pan a sus hijos. Nada está al alcance del bolsillo, digo literalmente nada” dijo Youssef, manifestante de 36 años. “Tengo dos títulos –administrador de hoteles y fisioterapeuta- y no tengo empleo. Explícame cómo voy a llevar comida a mi mesa” –añade vía whatsapp.

Enraizada en décadas de corrupción y malas gestiones crónicas, los problemas económicos del Líbano se agudizaron el último otoño, cuando se descubrió como la élite de millonarios evadió impuestos y fugó divisas, amparados en paraísos fiscales que comparten con mafiosos de la estirpe de Benjamin Netanyahu.

Con la llegada del covid-19, el gobierno dispuso una estricta cuarentena, cerró el aeropuerto, las fronteras y los comercios, poniendo más presión a los 6 millones de habitantes, varios de ellos refugiados sirios y palestinos que sobreviven en condiciones absolutamente indignas.

El Banco Mundial ya proyectó que alrededor del 40% de los libaneses caerá bajo la línea de la pobreza cuando termine el 2020, lo que implica que vivirán con menos de 2 dólares por día. Pero el ministro de economía cree que la entidad internacional se ha quedado corta, y que los pobres serán más del 50%. El ministro de Bienestar social anunció que el 75% del país depende hoy de ayudas económicas del estado.

El país –el tercero más endeudado del mundo- no está en condiciones de ayudar a sus pobres. En marzo defaulteó su deuda externa. Desde entonces, se anunciaron paquetes para los más pobres pero ninguno se implementó. Algunos expertos consideran que el Banco Central contribuyó al desastre en que derivó la crisis. Para apuntalar las reservas en moneda nacional y reducir las brechas en los balances bancarios, dispuso férreos controles a los movimientos financieros, en disposiciones opacas y muchas veces contradictorias, que sólo sirvieron para soliviantar el enojo de los ciudadanos.

Actualmente es casi imposible acceder a dólares en el Líbano, y eso con una economía totalmente dependiente de la divisa estadounidense. Cerca del 70% de los depósitos en los bancos están en dólares. La semana pasada, el Banco Central instó a los ahorristas a convertir sus dólares en liras, a un tipo de cambio irrisorio que desconcertó a los operadores de bolsa. Su decisión afectó a compañías como Western Union, secando las plazas libanesas del verde billete.

Las torpes intervenciones de la institución bancaria en el mercado generaron mayor descontrol y fobia al capitalismo salvaje. Además de provocar una devaluación que empalidece los logros de la moneda argentina en esta materia. Hasta el primer ministro, Hassan Diab, acusó al gerente del Banco Central, Riyadh Salameh, de disparar una hiperinflación. Diab, cuyo gobierno asumió en enero pasado, sugirió que Salameh mantuvo en secreto las pérdidas del Banco Central, que alcanzaron los 3 billones de dólares el último mes. “Hay un ‘agujero negro’ enorme en nuestras cuentas financieras” –admitió el mandatario. “El Banco Central se mostró incapaz, ausente, o directamente incitando una dramática depreciación de nuestra moneda. La gente está pagando el precio de su impericia” –amplió en su último discurso televisivo.

Salameh, que conduce el Banco Central desde 1993, rechazó estas críticas y negó las acusaciones. Argumentó que recibió una pesada herencia de gobiernos que dilapidaron dinero en importaciones innecesarias, lo que le restó al país reservas líquidas. Agregó que era víctima de una campaña sistemática de desinformación, y que la plata se la patinaron los políticos.

Nadie sabe bien qué pasó o el real alcance del daño, ya que no hay información disponible sobre el desfalco. Lo que sí está claro es que no se ve un dólar… y que el Banco Central está cerrado.

Maha Yahya, directora de un centro comercial, opina: “No hay ningún plan. Mi gran temor es que aumente la violencia y el caos, la gente está empezando a tener hambre”.

Sami Nader, director de una empresa que cotiza en bolsa, vaticinó que el dólar superará las 10.000 liras la semana que viene. “Lo que me preocupa es que no hay nada en el horizonte, no están tomando medidas para arreglar el problema. Estamos en caída libre sin paracaidas. El Banco Central está a punto de quebrar, el conflicto está llegando al pico y hay incertidumbre en el mercado” –explicó.

Un empleado de una agencia financiera remató: “La gente tiene plata en las cuentas pero no la puede sacar, están forzados a observar cómo se pulverizan sus ahorros mientras el Banco Central hace pases mágicos. En síntesis, le están robando al pueblo, y esto tendrá su costo”.

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