El ponche dorado
Cazamos, barrimos el planeta de polo a polo para capturar un vistazo de aquellas raras especies.
A través de lentes termales divisamos un banco, recogido el rastro de excrementos chiflados, luego etiquetamos la bestia más brillante en el orgullo, montamos una cámara en su cuerno brillante, atornillamos un micrófono en su escondite. Un primero: ponches en vuelo, dormidos, en huevas…
Luego de meses en el campo las yemas rotas habían dorado y glaseado las botas del presentador, el amor del sponsor vestía una preciosa calavera para un broche, destellando el mejor diente del muchacho. Rango de mala forma. Pero la criatura por sí misma brilló, encaramada en el tablero del badajo, la dorada.
traducción: Hugo Müller