El fragor de la epidemia

Coronavirus. Desconexión de los servicios públicos. Los doctores entienden menos la enfermedad que los enfermeros. El mundo se convulsiona y todos los países cierran sus fronteras. Se declaran cuarentenas y se divulgan escenarios apocalípticos. Las calles se vacían en las principales urbes, donde se concentran los peores efectos de la civilización planetaria globalizada. Pareciera que ahí se ensañara el bueno de Covid 19, el que va a aliviar los sistemas previsionales de los decadentes estados europeos, y por derrame de todo el mundo, despachando al más allá a unos cuantos veteranos con múltiples achaques.

La leyenda cuenta que todo comenzó en un mercado chino donde se consumen platos exóticos capaces de renovar el aparato digestivo y el vigor sexual. Miles de chinos acuden esperanzados por obtener un remedio o una ingesta reparadora. Hasta allí llegó un marine de los Estados Unidos para cobijar en un plato mal lavado el virus corona elaborado en un laboratorio de Colorado (USA). La disputa comercial con China estaba alcanzando ribetes amenazantes para las aspiraciones de Donald Trump. La guerra bacteriológica y virósica es un asunto trillado que se resucita de la época de la Guerra Fría. La descomposición en que se encuentran los institutos científicos de investigación sorprendería a más de uno, aún la de los sofisticados laboratorios de Rusia, Israel y Japón. Entretanto, la central atómica de Fukushima sigue largando energía nuclear y radiaciones contaminantes al espacio terrestre. El ejército israelí produce software cada día más paranoico y enajenado para protegerse de la potencia mortífera del pobre Covid19. Mientras se acusa a Rusia de ocultar sus verdaderas cifras de infectados y muertos.

Por eso, a miles de kilómetros de los hechos, en regiones donde el corona de Colorado aún no ha penetrado, la mayoría de las personas usa barbijos, guantes y otros elementos absolutamente innecesarios cuando gozan de un aire puro fruto de su saludable atraso y vivencia del tiempo muy distinta a la de las metrópolis. Esto lo he podido atestiguar en Tilcara, Argentina, donde hasta ahora se han producido 0 contagios, lo que llena de orgullo al intendente y al gobernador Morales. Aquí la cuarentena se respeta y se venera a la autoridad policial. Además se cuenta con drogas naturales que ahuyentan al tenaz Covid19.

La TV sólo reproduce escenas de caos y desesperación para mantener espantados a los ciudadanos-consumidores que saturan las redes de wifi diseñadas por los informáticos más creativos y experimentados. Las epidemias de este estilo afectan democráticamente a las clases sociales, ya han muerto varios aristócratas plagados de chocheras y estados parkinsonianos. Diplomáticos y diputados se contagian por doquier, en todos los continentes. La velocidad del virus le permite arribar también a barrios carenciados, donde predomina un sentido de la vida basado en la ignorancia y la irresponsabilidad. Si bien estos rasgos pueden conformar un buen sistema inmunológico contra las plagas humanas, a veces giran en sentido contrario y hacen que las cifras de muertos y contagiados (sobre todo éstos) crezcan a pasos agigantados. Así ha sido desde la aparición del Covid19 en este maldito 2020, que parece el principio del fin de la humanidad, pero no por el inocente corona sino por la maldad y estupidez inherentes a la raza humana. Esto no se puede refutar de manera vehemente, aún cuando haya países y sistemas de salud sólidos como rocas, tal es el caso de Cuba o Vietnam. En definitiva, los europeos y yanquis están hoy viviendo una pesadilla de ciencia ficción, donde simplemente el planeta Tierra se ahogará en un mar de angustia o un fuego de purificación.

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