Shabats, W.I.
Aquellos pueblos afligidos con la melancolía de domingo, en todas sus calles ocres un perro está durmiendo, aquellos volcanes como cenizas de rosas, o el incurable dolor de la pobreza, alrededor de su boca fruncida muchachos delgados están vendiendo piedra amarilla de sulfuro, las hojas de banana ardientes que solían bailar, el río cuyo lecho está hecho de botellas rotas, la arboleda de cacao donde un pájaro cuyo grito suena verde y amarillo y en las luces bajo las hojas crestado con llama naranja ha olvidado su flauta, gomeros despellejándose del ardor del sol aún luchan por escapar del mar, la lagartija muerta volviéndose azul como piedra, aquellos ríos, hilos de saliva, que olvidaron la vieja música que seca, breve explanada bajo el secador de almendras de mar donde se sentaron los viejos hombres secos observando una goleta blanca estancada en las ramas y jugando a las damas con las aves de fragata en movimiento, aquellas laderas como plantas rotas, aquellos helechos que estamparon sus esqueletos en la piel, y aquellos caminos que comienzan recitando sus nombres en las vísperas, con mencionarlos se detendrán, aquellos cangrejos que estaban dispuestos a dejar que la época pase, aquellas garzas como solteronas que dudaban de sus reflexiones, inquiriendo, inquiriendo, aquellas ortigas que esperaban, aquellos domingos, aquellos domingos, aquellos domingos cuando las luces al final del camino eran una ocasión, aquellos domingos cuando mi madre se acostaba de espaldas, aquellos domingos cuando las hermanas se reunían como polillas blancas alrededor de su linterna de calle y las ciudades nos abandonaban en el horizonte.
traducción: Hugo Müller