La gloria trompetista

El rostro del viejo Eddie, arrugado con luces del río, parecía un hombre del Mississippi. Los ojos, burlones y bondadosos a la vez, giratorios, se fijaron en mí. Han visto demasiados despertares, demasiadas noches de descanso. Los ociosos, huesudos dedos sobre los pistones de su trompeta acunada en la rodilla podían romper a través de ‘Georgia on My Mind’ o ‘Jesus Saves’ con la misma furia de indiferencia, si lo que impulsaba tal frenesí era desesperación.

Ahora, mientras los ojos están sellados en la carne cenicienta, y Eddie, como un diácono en su oración, se levantó, inclinando la trompeta brillante, vi un destello de gaviotas y pichones desde las dunas de carbón cerca de las barracas de mi abuela, cerca de los muelles, vi los rostros cetrinos de aquellos hombres que suspiraban como si hubieran hablado en sus tumbas sobre el negro en América. Eso fue cuando los comics del domingo se desparramaron en el piso de ella, enviados desde los Estados Unidos, tenían un olor particular, un olor de dinero mezclado con sudor de hombre.

Y todavía, si los rasgos de Eddie sostuvieron nuestro destino, seguro en la infancia no los conocí, entonces un tono de Jesús o un blues de las tripas a las cabezas saludando de los hombres inclinados, complacientes, de regreso de los estados en su sarga funeraria, negros, oxidados sombreros y flojas corbatas de mozos con acentos de cariño y ojos mechados, era el cuerno de carnero de Joshua gimiendo por los judíos de amargura paciente o paciente calvario.

Ahora ocurrió que mientras Eddie se daba vuelta ante nuestra joven multitud festejando, bebiendo licor, y soplando, los ojos cerrados, un paso arriba, afuera al mar, su trompeta apuntaba a aquellas ciudades del golfo, Mobile y Galveston y dulcemente asignó la trompeta de plenitud a través de una copa amarga. En solitaria exaltación culpándome por todo lo que ha sido vencido por la raza y el exilio, por mi propio tío en América, que viviendo allí jamás podré mirar.
traducción: Hugo Müller

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