El barco

(para Alix Walcott)
I
Entre la visión del tablero de turista y el verdadero paraíso yace el desierto donde las euforias de Isaías levantaron una rosa de la arena.

El canto 33 nuclea las nubes del amanecer con radiación concéntrica,

el árbol del pan abre sus palmas en alabanza del barco, árbol del pan, dolor de cabeza, comida de esclavo, la bendición de John Clare,
y Tom, errante y desgastado, que pasea con armiños en su condado de cañas y tronchos de grillos, manipulando el aire viscoso, atando sus botas con vides,

contemplando escarabajos ardientes con los más tiernos estímulos,

caballero del abejorro, envuelto en las nieblas de los condados,

sus campanarios con palmeras, cuernos de caracol palmean abriéndose a la piscina ahuecada, pero su alma más segura que las nuestras, aunque corrientes de hierro encadenan sus tobillos.

La escarcha blanqueando su rastrojo, se para en el vado de un arroyo como el bautista levantando sus ramas para bendecir catedrales y caracoles, el nacimiento de este nuevo día, y las sombras de la costanera cerca de donde yace mi madre, con el tráfico de insectos yendo a trabajar de cualquier modo.
La lagartija en la pared blanca fijada en el jeroglifo de su sombra de piedra,

el susurro de arquería de las palmeras, las almas y vuelos de las gaviotas circulantes riman con: «En su voluntad está nuestra paz”. Paz en puertos blancos, en marinas cuyos mástiles concuerdan, en melones crecientes dejados toda la noche en el congelador,

en las egipcias labores de hormigas moviendo piedras de azúcar,

palabras en esta oración, sombra y luz, los que viven en la puerta siguiente como vecinos, y en sardinas, salsa de pimienta.

Mi madre yace cerca de las piedras blancas de la playa, John Clare ceca de las almendras de mar, aún la generosidad retorna con cada amanecer, para mi sorpresa, para mi sorpresa y traición, sí, ambas a la vez.

Estoy movilizado como tú, loco Tom, por una línea de hormigas, contemplo su industria y son gigantes.

II
Allí en la playa, en el desierto, yace el pozo oscuro donde la rosa de mi vida fue enterrada, cerca de las plantas sacudidas, cerca de una pileta de lágrimas frescas,

tocada por la campana dorada de la trepadora, espinas de la buganvilla, ¡y ese es su tesoro! Brillan desafiantes desde la hierba y la flor, aún aquellas que florecen en cualquier lado, arveja, hiedra, clemátide, ahí donde el sol ahora se eleva con todo su poderío, no para el turista o para Dante Alighieri, sino porque no hay otro camino que su rueda pueda tomar excepto los carriles de la costanera, una alegoría de la carrera de este poema, de la tuya, que ella murió por el bien de una corona de guirnaldas de falso laurel, así, John Clare, perdóname por el bien de esta mañana, perdóname, café, y perdóname leche con dos paquetes de azúcar artificial,

mientras observo estas líneas crecer y el arte de la poesía endurecerme

en una lástima medida como ésta, para dibujar una figura velada de mamá ingresando a la elegía estándar.
No, hay dolor, siempre habrá, pero no debe enloquecer, como Clare, que lloró por la pérdida de un escarabajo, por el peso del mundo en una gota de rocío sobre clemátide o arveja,

y el fuego en estas líneas de yesca seca de este poema que odio tanto como la amé a ella, pobre desgraciada golpeada por la lluvia, redentora de los ratones,

condesa del condenado protectorado de caballería bajo tu manto, ¡vamos ahora, suficiente!

III
¡El barco!
En las campanas de los sapos de árbol con su firme clamor en el oscuro índigo previo al amanecer, el morse de grillos y libélulas se desvanece, entonces luz en la armadura del escarabajo, y los presagios demasiado tardíos del sapo,

ortigas de remordimiento que brotarán de su tumba desde la angustia de la espada.

Y todavía no haberla amado suficiente es amar más, si debo confesarlo, y lo confieso.

El goteo de manantiales subterráneos, el balbuceo de henchidos rondós bajo los helechos empapados, liberando el agarre de sus raíces hasta que sus  zoquetes peludos como puños que se abren giran adonde los lleve el rondó, y la temblorosa sacudida se inclina sobre los tallos de caña salvaje.

Generosidad en la furia despierta de la hormiga, en la capilla del caracol revolviéndose bajo ñames salvajes, alabanza en decadencia y proceso, temor en el viento ordinario que lee las líneas de las palmas del árbol de pan en el sol contenido en un globo de cristal húmedo, generosidad en la continuación de la línea de harina cruda de las hormigas,
misericordia en la mangosta escondida pasando mi puerto, en el paralelogramo de luz acostado en el piso de la cocina,

para ti es el reino, la gloria y el poder, las campanas de San Clemente en las caléndulas del altar, en las espinas de la buganvilla, en la lila imperial y en las plumosas palmas que aprueban a la entrada de Jerusalem, el peso del mundo en el reverso de un culo,

desmontando, él dejó su cruz allí para los centinelas y el centurión burlón,

luego creí en su palabra, en un esposo inmaculado de viuda, en bancos de iglesia de madera marrón, cuando la campana de la capilla convoca a nuestro rebaño en los asientos barnizados, en cuyos crujientes himnos escuché los frescos brotes jacobinos,

el murmullo que Clare escuchó sobre la permanencia del tesoro, el claro lenguaje que ella nos enseñó, “como suena el ciervo”, a esto, sus agudas orejas fueron removidas mientras sus tres cervatillos mordisqueaban las aguas refrescantes del alma, «como suena el ciervo para los arroyos de agua”, que pertenecía al lenguaje en el cual la lamento ahora,  o cuando le mostré mi primera elegía, la de su esposo, y luego la suya.
IV
¿Pero puede o no ella leer esto? ¿Puedes leer esto, mamá, o escucharlo?

Si tomo el púlpito, hago de predicador como la tierna Clare, como el pobre Tom,

así se veía, ¡señorita!

Las hormigas van hacia ti como niños, su amada maestra Alix, pero a diferencia de la silente recitación de los infantes, el coro que Clare y Tom escucharon en su condado lluvioso, no tenemos consuelo sino palabras, de ahí este grito salvaje.

Los caracoles se mueven al albergue, y el dios blanco es el capitán del barco.
A través de cuatro tumbas plumosas de césped pasa la sombra del alma, la tela se rompe en los árboles cruzados de la nave, y los comercios levantan los sepulcros de la navegación resurrecta.

Todo movimiento en su pasaje a la misma nación madre, la comadreja de sucias garras, el búho blanco o la foca soleada.

La fe crece amotinada. El cuerpo desmembrado con su carga se atasca en las calmas,

el capitán Dios está a la deriva por un cristiano amotinado, en el despertar del cambiante Argo las plantas se mecen en los surcos del océano, sus disparos se sumergen y levantan, y la Australia del alma es como el nuevo testamento luego de la vieja guerra, el código de ojo por ojo, el horizonte gira lentamente y el argumento de la autoridad disminuye en poder, en el bote largo con el capitán Bligh.

Esta fue una de tus primeras lecciones, como el Cristo hijo cuestiona al padre, para establecerse en otra isla, acechado por El, por la peca de una deidad furiosa en el horizonte gobernado, disminuyendo en significado y distancia, poniéndose más oscuro:
todos estos pasajes predecibles que desobedecemos primero antes que nos convirtamos en lo que desafiábamos, pero jamás alterarás tu voz, sea suspirando o cosiendo, orarás fuerte a tu esposo, pedaleando los himnos que todos escuchamos en el banco barnizado: “Hay una colina verde allá lejos”, “Jerusalem, la dorada”, tu melodía desfallece pero jamás tu fe en el tesoro que es su Palabra.

V
Todas estas ondas crepitan desde la cultura de Ovidio, sus sibilantes y consonantes, una métrica universal apila estas firmas como inscripciones de algas que se secan en el sol punzante, líneas regidas por mitra y laurel, o se esparcen velozmente engalanando el frente de un afloramiento (y espero que esto asiente la materia de presencias).

Ningún alma jamás fue inventada, aún cada presencia es transparente, si yo la encontré (en su camisón con los tobillos descalzos, cantándole a los bajíos), pude llamar a su sombra que es un patrón inventado por el diseño grecorromano, columnas de sombras hechas por el Foro, perspectivas augustas, álamos, colonias de casuarinas, la luz de almendros que ingresa y sale del latín original, ¿ninguna hoja excepto las del olivo?
Cuestiones de pendiente. Enfrentados a radiación seráfica (¡no interrumpan!), los mortales refriegan sus ojos escépticos de que el infierno sea un fuego de playa por la noche donde danzan las brasas, con luciérnagas temporales como pensamientos de paraíso, pero hay instintos inexplicables que continúan recurriendo no sólo por temor o esperanza, que son reales como piedras, los rostros de los muertos que esperamos mientras las hormigas están mudando sus ciudades, aunque ya no creamos en los seres brillantes.

Espero a medias no verte más, luego más que a medias, casi nunca, o entonces jamás,

ahí lo he dicho, pero siento algo menos que final al filo de tu tumba, como otro algo en alguna parte, igualmente espantado, brillantez perenne, lo sustancial espantando su propia sustancia, disolviéndose en gases y vapores, como nuestro miedo a la distancia, necesitamos un horizonte, una línea divisoria que transforme a las estrellas en vecinos aunque la infinidad las separe, podemos pensar en un solo sol: todo lo que estoy diciendo es que el miedo a la muerte está en los rostros que amamos, el miedo de nuestra muerte o la de ellos, entonces no vemos en el destello de espacios inmensurables estrellas o ascuas caídas, ni meteoros sino lágrimas.

VI
Los árboles de mango se corroen serenamente cuando están en flor, nadie conoce el nombre de aquel cedro voluble cuyas flores en campana caen, el manzano purpura su piso.

Las colinas azules en el atardecer se ven siempre más tristes.

La noche del campo esperando para entrar afuera de la puerta, la luciérnaga se mantiene golpeando fósforos, y los humos de la ladera con una señal más azul de carbón, entonces el humo arde en una pregunta más grande, una que forma y deforma,

entonces se pierde en una nube hasta que regresa la pregunta.

Las cajas traquetean bajo las tuberías, las ciudades comienzan en los rincones.

Un hombre y su perro trotando regresan de su jardín.

Las brisas del mar bajo los techos de chapa, la oscuridad está con nosotros antes de que lo sepamos.

La tierra huele a lo que se ha hecho, pequeñas yardas clarean,

el día muere y comienzan sus dolientes, el primer espiral de mosquitos,

eso fue cuando nos sentamos en brillantes barandas observando morir las colinas.

Nada es trillado una vez que el ser amado se ha desvanecido, ropas vacías en una fila,

pero quizás nuestra tristeza canse a aquellos que aprecian el deleite,no sólo ellos son aliviados de nuestra acostumbrada pena, sin hambre, sin ningún apetito, pero son parte de la furia vegetal de la tierra, sus venas crecen con la salvaje manzana-mami,

el árbol del pan de mano abierta, su corazón en la granada abierta, en el aguacate rebanado, palomas de tierra recogen de sus palmas, y transportan la carga de su dulzura, su ausencia en todo lo que comemos, su sabor que endulza todos nuestros múltiples jugos, su fe que rompemos y masticamos en una cuña de yuca,

y aquí por primera vez es el asombro de que la tierra se regocije en el medio de nuestra agonía, la tierra que la tendrá para bien: el viento brilla en las piedras blancas y las voces de los bajíos.

VII
En primavera, antes del auto-entierro del oso los tartamudeantes azafranes se abren y hacen coro, los glaciares se arrinconan y descongelan, estanques gélidos se quiebran en mapas, lanzas verdes brotan desde los campos derritiéndose, banderas de grajos se elevan y hacen jirones la luz perforada, las avalanchas quietas desmoronándose de un cielo inestable, el ratón de campo se desenrosca y la nutria preocupa su lisa cabeza a través de las ramas del borde,grietas, alcantarillas y arroyos rugen con agua que adormece las muñecas.

El ciervo salta vallas invisibles y olfatea el aire agudo, ardillas brotan como preguntas, bayas enrojecen fácilmente, afila el deleite en sus propias formas (cualquiera sea su formador).

Pero aquí hay una estación, nuestro verde edén es el del jardín primitivo que engendró decadencia, desde la semilla de un fragmento de escarabajo o una liebre blanca muerta y olvidada mientras el invierno se encuentra con la primavera en su camino.

No hay un cambio ahora, no hay ciclos de primavera, otoño, invierno, ni el perpetuo verano de una isla,
ella se tomó su tiempo, ningún clima, ningún calendario excepto para este día de plenitud.

Mientras el pobre Tom alimentaba con su último mendrugo a las aves temblorosas,

mientras junto a juncos y estanques fríos John Clare bendijo a estos delgados músicos,

dejo que las hormigas me enseñen de nuevo con las largas líneas de palabras,

mi negocio y obligación, la lección que enseñaste a tus hijos,

a escribir de la generosidad de la luz en las cosas familiares que están al límite de ser traducidas en noticias: el cangrejo, la fragata que flota en alas cruciformes,

y aquel árbol acribillado de espinas que abre sus ramos al mirlo que no la ha olvidado porque canta.

 

traducción: Hugo Müller

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