Una baja
Aquel muchacho que llevé en el auto anoche, con el cuerpo espantosamente malherido,
y los labios crispados en sangre, y los ojos ardiendo como llamas,
y las pobres manos dobladas y frías como la arcilla,
oh, pensé y pensé en él todo el día.
Porque el viejo y cansado doctor me dice: “El sólo durará alrededor de una hora.
Sus dos piernas fueron voladas por una bomba… Así, muchacho, vaya despacio.
Y por favor recuerde, él no lo sabe”. Entonces intenté conducir sin dar una sacudida,
y allí estaba yo maldiciendo como un loco el camino,
cuando oigo una voz fantasmal en el auto:
“Digame, viejo, ¿la he atrapado mal?” Entonces yo respondo “No”, y él dice “Le agradezco”.
El dice: “Estoy contento porque a los 22 la vida es tan espléndida, odio partir.
Hay tanto bien que puede hacer un tipo, y he luchado desde el principio y he sufrido tanto.
Sería muy duro ser derribado ahora, usted sabe”.
«Olvidalo» digo yo, entonces conduzco un rato, y le paso una o dos palabras de aliento,
pero él no contestó por varios kilómetros, entonces justo ante la fachada del hospital a la vista digo: “¿Hay algo que pueda hacer?»
Entonces él abre sus ojos y me sonríe, y toma mi mano en trémulo abrazo,
“Gracias, es demasiado amable” dice él: “Estoy horriblemente cómodo, quédese… veamos: Sentí que mi frazada se desenrolló, mis pies, por favor envuélvalos, están fríos… están fríos”.
traducción: Hugo Müller