Un clavo enmohecido

Me clavé un clavo en mi mano, la herida era difícil de curar,

tan amargo era el dolor a soportar que pensé cómo se sentiría

estar clavado de manos y pies, empalado por el golpe del martillo.

Entonces izado en una cruz de roble contra el cielo hosco,

con todo el pueblo escarneciendo, feliz de verme morir,

morir duramente en un calor insensato, con manos y pies sangrantes.

Pero aquel no era el día del destino, de loca crueldad,

aclimatando siglos de odio ¡aquello despertó nuestras almas al dolor!
Por supuesto, con corazón agradecido sé que no somos demonios como antes,

y en más o menos mil años seremos hombres gentiles.

Pero costó una mano emponzoñada, y dolor más allá del llanto,
hacerme entender extrañamente una Cruz contra el cielo.

 

traducción: Hugo Müller

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