JOH, el narcodictador perfecto
«Robar es el trabajo más duro. Hazme caso, no te impongas la penosa tarea de ser perezoso. No es fácil convertirse en un granuja».
Los símiles entre la Honduras del siglo XXI y la Francia monárquica, autoritaria y clasista que impuso Napoleón III hacia 1815, tras desaparecer la Primera República y que se plasman en la obra de Víctor Hugo en Los Miserables de 1862, se evidencian cómo los gobernantes se olvidaron de los principios de la Revolución Francesa de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, hablan de promesas de un buen futuro mientras sus súbditos se matan por un pan para saciar el hambre que les impide tener conciencia crítica del momento que están viviendo.
Quién diría que Juan Orlando Hernández, un graciano venido a más en tiempo récord -como se lo recriminaba Manuel Zelaya en un debate radial de 2013- estaría entre los hombres más potentados del país, superando incluso a la comunidad árabe que fundaron sus negocios desde que llegaron de Palestina y que sus pocas conexiones políticas le permitieron tener negocios con el Estado, pero que han venido siendo sustituidos por una élite que jefea el propio inquilino del palacio José Cecilio del Valle y que le ha dejado muchos beneficios.
Ser el principal accionista de Inversiones del Río -que blanqueó capitales mediante la corrupción y el narcotráfico, según investigaciones de Radio Globo y ConfidencialHN– le ha permitido tener un tren de vida que jamás pensó tener hace 21 años, cuando se vio obligado a pedir posada en una casa porque la suya fue inundada por el bravo río Guacerique, y que ahora transita por sus posesiones en potentes cuatrimotos, observando sus caballos mientras le dice a sus súbditos que la cuestionada Ley de consolidación de deudas les permitirá tener unos cuantos lempiras más, mientras son devaluados por las políticas monetaristas del Banco Central de Honduras, en el afán de quedar bien con los organismos internacionales.
Y es que las políticas antipopulistas de Hernández son como agua en el desierto para el régimen que preside, pues comprende que su libertad tiene precio, que un pie fuera del palacio es una inminente persecución, por lo que se dedica a plantearse normas que, en un Estado de derecho y democrático, no deberían ser una panacea, sino un deber.
Al fin y al cabo no se pretende hacer una radiografía de las medidas que toma el hombre fuerte del orlandismo, pues de ello se encargarán sociólogos, politólogos, economistas, antropólogos; nosotros haremos una historia de cómo esta persona habla de los supuestos beneficios que debería tener esta norma aprobada por el Legislativo, que incluso contó con la venia de aquellos que suelen verlo como dictador, ilegal, usurpador y hasta narcotraficante.
Mientras hablaba en un vídeo difundido por las redes sociales, el altísimo funcionario, deslizaba sus pies por el establo de su propiedad, acariciaba a sus tres caballos, cuyo precio podría superar los 50 mil dólares, cifra que se vuelve hasta imposible para un ganadero que suele tener ganancias jugosas, aunque no puede darse el lujo de dar mantenimiento a un corcel sangre pura.
El establo está construido con madera de pino curada, es decir, inmune a los comejenes y polillas, con una iluminación ideal para preservar la temperatura corporal de los caballos, con mozos y ayudantes que mantienen a los equinos de raza con agua fresca, pasto y vitaminas para que permanezcan saludables y brillantes.
A ojo de buen cubero, esa construcción podría ascender a cientos de miles de lempiras. Tener caballos con todos los cuidados es garantía de poder económico y manda un mensaje de bonanza.
Hace unos 12 años, Hernández era un férreo crítico del expresidente Manuel Zelaya, a quien acusaba de cuidar con esmero a Coffee, el popular caballo que fue demonizado por la voraz prensa tradicional, que buscaba venganza de la confrontación que tuvo con el entonces gobernante, que hasta llegó a portada en medios de que habían investigaciones del Tribunal Superior de Cuentas (TSC) ya que se acusaba de que gastaba hasta 40 mil lempiras por mes.
Aquellas épocas quedaron en el olvido, la prensa enfoca sus armas hacia los críticos de JOH y olvida que el número uno del Ejecutivo -quien tiene un sueldo nominal de 100 mil lempiras mensuales- podría llegar a pagar hasta más de 60 mil lempiras en un mes y 720 mil en un año, por lo que su salario se iría en cuidar a los corceles y no podría transportarse en la lujosa flota de Land Cruiser Prado de ocho cilindros; en consecuencia, sólo trabajaría para darse esos modestos lujos y se vería obligado a someterse a una ley para consolidar sus deudas, aunque daría por descontado que no sería sujeto de readecuación de créditos.
En teoría, la ley de la que se jacta el jefe del Ejecutivo, pretende que un poco más de un millón de hondureños puedan readecuar sus préstamos en el sistema financiero nacional, comprometiendo hasta más del 40 por ciento de su salario, cuando en el pasado se establecía un límite del 30 por ciento. Si Juan Orlando Hernández fuese un asalariado,no podría ser beneficiado, pues debería someterse a las normas que imponen los bancos respecto a la recuperación de la mora. Nadie, ni los bancos, quieren perder en estos tiempos. Los negocios no se hacen solos y el dinero no llegará a los bolsillos de los potentados.
Sin embargo, se pretende vender una idea ¡desde un lujoso establo y con tres espectaculares caballos! una norma que terminará siendo un fracaso. El humano, desde la psicología, siempre tendrá muchas debilidades, entre ellas, la vanidad, pues pretende exhibir sus logros -bien o mal habidos- como una señal de progreso y estabilidad financiera.
Los caballos de cuarto de milla Muñeca, Orgulloso y Centenario no tienen la culpa de los ataques de vanidad de su amo, ellos cumplen una función que en su momento apuntó el naturalista Charles Darwin y cumplen un ciclo en la vida. Tampoco la tienen las tablas de pino curado y mucho menos los mozos de la granja. En el caso de los trabajadores, ellos deben conformarse con un modesto sueldo, del que tienen que hacer milagros para que rinda…a ellos tampoco los beneficiará la Ley de consolidación de deudas, que es vista como una mera falacia.
Bien decía Víctor Hugo en su obra cumbre que «cuando se llega a cierto grado de miseria, lo invade a uno algo así como una indiferencia espectral y se ve a las criaturas como si fueran larvas».