Hospitalidad escocesa
El señor le habló a su ama de llaves:
“Esta noche el obispo es nuestro invitado, la sala de estar debe estar cálida y aireada:
para complacerlo haremos lo mejor nosotros.
Debes hacer una comida de mérito y servir una jarra de cerveza,
debemos ser cordiales por el bien de la hospitalidad escocesa”.
El festín estaba preparado, las velas encendidas, el obispo vino con semblante modesto,
y (uno supone) estaba contento de sentarse y cenar en este escenario ancestral.
Un noble cordero agraciaba la mesa, el señor propuso un brindis o dos,
y de vez en cuando le servía a su invitado un vaso de Mountain Dew.
Luego el señor le dio instrucciones a la criada:
“Mi linda Jean, mi amigo es viejo. Comparativamente tu eres joven, y no tan sensible al frío. ¡Pobre escocés! Su sangre golpea austeramente, aunque puece acelerarse con la cerveza… Deslízate media hora entre sus sábanas, brava muchacha, y calienta un poco su cama”.
Ella dijo: “Haré lo mejor que pueda para que su cama esté cálida,
y como una estufa humana probaré la hospitalidad escocesa”.
Entonces escuchando sonidos de leve jarana, mientras ella se acolchaba profundamente en la cama: “En media hora me levantaré”, prometió, y luego sonoramente se durmió.
Entonces cuando la mañana estaba orbitada de ámbar el obispo se despertó de un sueño,
y mientras absorbía sus gachas le habló astutamente a su anfitrión:
“Su cordero, señor, estaba noblemente alimentado, y fina su cerveza,
pero, ¡oh, el pensamiento de calentar la cama! Eso es hospitalidad escocesa”.
traducción: Hugo Müller