Estante de libros
Me gusta pensar que cuando caiga, una gota de lluvia en el mar sin orillas de la muerte,
este estante de libros a lo largo de la pared, junto a mi cama, llorará por mí.
Lo miro… Sí, mi gusto es extraño. Tal vez desdeñen a algunos de mis bardos.
Shakespeare y Milton no están aquí, buscarán en vano a Shelley y Keats,
Wordsworth, Tennyson, Browning también, notablemente no están a la vista.
¿Quiénes son? Primero verán a Omar, con la viña, la rosa y el picaflor,
dando voz a mi filosofía mimada de vino y canción…
Luego la Cárcel de Reading, donde el destino hace un espantoso modelo,
y la luz del amanecer se estremece cuando se despierta.
El anciano marinero es el siguiente, con texto terrible y misterioso,
los Burns, con su astuto toque humano, ¡pobre diablo! Lo amé tanto.
Y ahora contemplo un divertido cuarteto: Bret Harte y Eugene Field están aquí,
y Henly, cantando valiente y orgulloso, y Chesterton, en loa a la cerveza.
Por último vienen tres denodados cantantes a quienes este estridente día pertenece:
Kipling, ante quien me inclino de rodillas,
Masefield, con sus escabrosas canciones de marinero…
Y a mi lírica tropa agrego con corazón agradecido a The Shropshire Lad.
Contemplo a mis juglares, sólo once. La mitad de mi vida los he amado bien.
Y aunque no tengo esperanzas de paraíso, y más que a la tierra alta miedo al infierno,
tal vez sea condenado si en este estante encuentran una rima hecha por mí.
traducción: Hugo Müller