Bill, el bombardero
Las amapolas brillaban como estanques sangrientos a través de la niebla algodonosa,
el capitán estaba mirando el reloj sobre su muñeca,
y allí fumamos y nos agachamos mientras observábamos llamear las bombas,
Era maravilloso, te estoy diciendo, qué rápido venían sus balas.
aunque era un trabajo agotador la espera, intenté dormir un poco,
porque esperar significa pensar, y pensar no sirve para hacer.
Entonces cerré mis ojos un poco y tuve el sueño más bonito,
estaba parado junto a un aparador con un plato de crema de Devon,
pero no tenía tiemplo de mostrarlo porque de repente me desperté:
“¡Vengan a mí, muchachos!” dice el capitán, y yo trepé a través del humo.
Nos esparcimos en el claro: era como un baño de plomo,
pero los muchachos se dieron ánimo y gritaron justo para levantar a los malditos muertos,
hasta que una balacera bestial los atrapó, entonces cayeron sin un sonido,
y es extraño, parecía que no escuchábamos sus cadáveres en el piso.
Y yo me mantuve pensando, pensando mientras las balas volaban más rápido,
cómo eligen a los mejores hombres y dejan atrás a los sinvergüenzas,
de una forma tan indiscriminada perdonan al hombre pecador,
y a un raro muchacho, que era esposo y padre le entran.
Y mientras tenía estas reflexiones y avanzaba a la carrera una bala me pegó en la espalda y digo: “Esa es la número uno”.
Bueno, me bajó por un instante pero no perdí la calma, porque sabía que estaba necesitado: soy un bombardero, así soy yo.
Había perdido mi capa y el rifle pero seguí adelante porque tenía mis bombas
y sabía que ellas eran necesarias, así lo eran.
Ya no teníamos canto ahora, ni varios hombres para estimular,
tal vez las bombas enemigas los hundieron, aplastándolos tan cerca,
y los alemanes nos tenían rodeados y las balas volaban más rápido,
y yo cogí una en mi nalga y digo: “Esta es la número dos”.
Estaba contento que la habían dejado porque yo tenía mis bombas, verán,
y era duro si se desperdiciaban, todas a lo largo de mi cuerpo.
Y perdí mi sombrero y mi rifle, pero ya les dije eso antes,
entonces empaqué mis cosas en mi abrigo y seguí adelante una vez más.
Pero el estruendo era malo, y los hombres eran aún cada vez menos,
y yo sentía que mi energía se iba, pero pude enderezar mi quijada,
y atravesamos la primera trinchera de alemanes, saltando alto sobre los muertos,
e iniciamos el trayecto a su segunda, que estaba cincuenta metros adelante,
cuando algo como un martillo me golpeó salvaje en la rodilla,
y me derrumbé todo enlodado y sangrando. Digo yo: “Esa es la número tres”.
Así estoy tirado sin ayuda, todo sangrando, y preocupado al pensar que he perdido mi gorro, y pensando en mis pérdidas y las palabras de despedida que dijo ella:
“Si te matan escribe rápido, viejo, y cuéntame mientras te mueres”.
Y mirando mi manojo de bombas –aquél fue el golpe más duro,
pensar que jamás tendría la oportunidad de lanzarlas al enemigo.
Y allí estaban todos nuestros muchachos en el frente, luchando allí como locos
y yo, que hubiese podido ayudarlos con las adoradas bombas que tenía.
Y así maldije y maldije, y entonces luché por volver nuevamente
a aquel pedazo de trinchera abatida, sólidamente repleta con sus muertos.
Ahora, mientras yazco allí y arruinado mi destino,
y deseando poder disponer de todas las bombas que tenía
veo en la puerta de un refugio subterráneo retirado, tímido,
seis alemanes todos sonriendo, y su capitán adherido a su jarra,
y tenían una bonita ametralladora, y comprendí en qué estaban,
y la estaban ajustando en un trípode, y yo los observé como un gato,
y la pusieron en posición, y parecían tan contento de tenernos en una trampa mortal que,
¡condenadas sean sus almas!, tenían.
Porque allí nuestros muchachos estaban luchando a cincuenta metros, y aquí,
el malvado puñado de alemanes nos tenían en la mira.
Oh, me puso la sangre hirviendo y casi olvidé mi dolor,
entonces comencé a arrastrarme, arrastrándome sobre los montones de muertos,
y aquellos bastardos estaban tan ocupados que no tenían ojos para mí,
y mi pierna sangrante se estaba arrastrando, pero mi brazo derecho estaba libre…
Y ahora ellos tenían todo en forma, balanceándose dulce y claro,
Y ahora todos ellos están excitados pero yo me estoy acercando,
y ahora ellos la tienen cargada y ahora están apuntando al objetivo…
¡Ratatatata! Oh, aquí, digo, es cuando me uno al juego.
Y mi brazo derecho va balanceándose y una bomba va lanzándose,
y aquel mecanógrafo se va aleteando en un relámpago de fuego.
Entonces aquellos alemanes, lo que quedó de ellos, se tambalean adentro de su agujero,
y yo me trepé al montículo de muertos, y sobre ellos me arrojé.
Y oh, aquél bendito momento cuando oí su alarido de espanto,
y me reí abajo en aquél refugio, antes de bombardear sus almas al infierno.
Y ahora estoy en el hospital, sorprendido de estar vivo,
comenzamos la batalla mil hombres, regresamos treinta y cinco.
Y soy menos que un trotón pero soy un tipo sorprendentemente alegre
porque mis bombas no fueron desperdiciadas, deberían decir “arrojadas”.
traducción: Hugo Müller