Sudán del Sur, el país más jodido de 2019

Pese a contar con una gran riqueza hidrocarburífera en su subsuelo, Sudán del Sur lidera la lista de los países más pobres del mundo, publicada ayer por la Revista No fortune. El engolado e insoportablemente pedante y arrogante escritor argentino, Martín Caparrós (ahora convocado para combatir el hambre bestial en su país que dejaron los 4 años de desgobierno y la degradación económica, cultural y moral del país liderada por Macri), experto en países tercermundistas semidestruidos, advierte: “Es probable que miles de millones de personas no sepan que Sudán Del Sur existe”.

Pero Sudán Del Sur existe desde 2011, cuando logró su independencia en un referéndum impuesto por las potencias ocupantes -Estados Unidos y sus aliados europeos-, que además, en teoría -en los papeles mas no en los hechos- ponía fin a tortuosas décadas de guerra civil. De esta manera Sudán del Sur se convirtió en el país más joven del mundo, y a su vez en el más pobre. La guerra civil no ha concluido como vaticinaron los enviados militares y cascos blancos y azules de la ONU que organizaron “la independencia”, dejando desde entonces un saldo de más de medio millón de muertos, millones de desplazados y refugiados en países limítrofes, además de constantes sequías e inundaciones que amenazan con una hambruna generalizada. La situación es tan infernal como calamitosa, y las condiciones de vida son peores que en Haití, lo cual ha generado un flujo migratorio de sudaneses del sur hacia el eternamente convulsionado país caribeño.

Cuando el imperio yanqui y la OTAN intervinieron en 2010, a las dos semanas de pisar suelo africano el país se hallaba completamente balcanizado, plagado de mercenarios y “señores de la guerra”. Parte de los actuales conflictos políticos y sociales que vive tanto Sudán, como Sudán del Sur, se deben al reparto colonial nefasto de las potencias coloniales, que en la conferencia de Berlín de 1895 crearon fronteras artificiales y metieron en un mismo territorio a tribus que llevaban varios siglos de conflictos entre ellas, y muchas otras que si convivían de manera pacífica fueron separadas en los nuevos países creados por los europeos.

De acuerdo con el engreído analista argentino, “el mapa de África rebosa de líneas rectas. No hay continente con tantas líneas rectas haciendo de fronteras: líneas que los burócratas de los poderes coloniales trazaban en sus escritorios, que dividían países según los azares del compás y la regla” (Caparrós, 2018, pp. 460-461).

La historia cuenta que Sudán se separó de Egipto en 1956, justo en el momento en que comenzaban las “independencias” de toda África de sus antiguas colonias europeas, y desde entonces, la política de balcanización y atomización de tributos generó una multiplicidad de territorios con pretensiones de secesión y movimientos indpendentistas en todos los rincones del continente africano, tal como sucede en Europa, donde proliferan regiones y pueblos arrasados por guerras absurdas que quieren autonomizarse y a la vez acceder a los privilegios de los países ricos, postulándose como víctimas propiciatorias al show del neoliberalismo, la esclavitud y la explotación humana, rasgos esenciales del mundo occidental potz-moderno.

Sudán del Sur carece de carreteras, su agricultura está liquidada y la seguridad social de sus ciudadanos se caracteriza por su inexistencia. Sus millonarias reservas petroleras han sido concedidas a empresas yanquis y europeas, dispuestas a explotarlas y desarrollarlas apenas culmine la guerra, ya que entre los bombardeos y los crímenes salvajes resulta muy dificultoso producir petróleo transable en el mercado internacional.

Acerca de la coyuntura, se puede afirmar que el actual presidente Salva Kiir (perteneciente a la tribu dinka, la más grande del país) destituyó de su cargo al vicepresidente Riek Machar (perteneciente a la tribu nuer, la segunda más grande del país), lo que llevó al estallido de una nueva guerra civil y el enfrentamiento militar de las distintas tribus del territorio. La guerra que vive Sudán del Sur es espantosa e ignorada, y junto con la de Yemen, conforman las dos más grandes tragedias de la segunda década de este siglo (y eso que Afganistán, Libia e Irak vivieron -y viven- momentos horrendos que erizan la piel).

Por su parte El Banco Mundial estima que para el año 2030 África tendrá el 90%  de los pobres del mundo, algo paradójico si se toma en cuenta que varios países tienen millones de dólares en una gran variedad de recursos naturales (necesarios para la supervivencia de Occidente y su desarrollo en el campo científico-tecnológico). La corrupción, las guerras civiles, el neoliberalismo e incluso factores como el cambio climático, han sumergido a todo el continente en los abismos más profundos de la pobreza.

Quizá a fines de 2020, cuando se vuelva a revisar la lista de los países más pobres del planeta de No fortune, Sudán del Sur vuelva a ocupar el deshonroso primer puesto, si logra sobrevivir como estado hasta que su población -por las matanzas tribales bajo la atenta observación de la ONU y militares yanquis- quede reducida a 0.

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