Cobarde
Un día perlado a principios de mayo caminaba sobre la arena,
y vi a media milla de distancia un hombre con una escopeta en la mano.
Un perro agazapado a voluntad intentaba arrastrarse tan lento
sobre una docena de patos, tan quietos que parecían estar dormidos.
Cuando como en una ráfaga el perro se abalanzó los patos relampaguearon en vuelo.
El tipo dio un grito salvaje y maldijo con toda su fuerza.
Luego, mientras me paré algo sorprendido y contemplé con ojos ansiosos,
él levanto con amarga rabia su escopeta, apuntó y le disparó al perro.
Saben cómo los perros aúllan de dolor, su sangre absorbida en la arena,
y aún se arrastró hasta él nuevamente, e intentó lamer su mano.
‘Perdóname, Señor, por lo que he hecho’ –parecía decir,
pero una vez más él levantó su arma, esta vez su disparo fue mortal.
¿Qué podía hacer, qué podía decir? Era un lugar tan solitario.
Atado de lengua lo observé alejarse, jamás vi su rostro.
Debí gritarle al bastardo, mató a un perro cobarde.
Pero peor, probó más allá de toda duda, que yo era cobarde también.
traducción: Hugo Müller