Política migratoria europea: crimen de lesa humanidad
Un hospital que encuentra a sus pacientes tan cargosos que se niega a darles asistencia médica. Un albergue de personas sin techo expulsa a la calle a sus residentes. Una agencia de refugiados que se niega a proveer comida a aquellos que están bajo su protección y cuidado.
Todo parece inverosímil, aunque nos llega información creíble de que el escenario en Trípoli es tan horrendo como apocalíptico. El Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (UNHCR, por sus siglas en inglés) es un cuerpo que, como lo sugiere su nombre, está comprometido con la salvación de los refugiados. Pero aparentemente está cerrando un centro que abrió apenas el año pasado, dejando que las personas captadas hasta el presente se mueran de hambre o pasen a formar filas de milicias fantasmales .
Las acciones de la UNHCR, si nuestras fuentes son sinceras, son escandalosas. Aunque no nos sorprenden. Refugidas hambrientos echados de un lugar seguro es una buena metáfora de la política occidental hacia los migrantes indeseados. La Unión Europea (UE) en particular, ha estado practicando desvergonzadamente esta política.
En la última década la estrategia central de la UE ha sido la tercerización del control migratorio (a bandas parapoliciales y paramilitares fascistas), pagándole a países como Libia, Sudán, Níger y Turquía cifras siderales para que detengan el flujo de migrantes a Europa. En este proceso ha emergido una nueva forma de imperialismo, donde las naciones ricas, en nombre de la protección de sus fronteras, pisotean el derecho internacional e invaden cuanto país más pobre se les ocurre.
Niger, al sur del Sahara, es ahora “el límite meridional de Europa”, en términos de un embajador europeo. Mientras que los controles migratorios consisten usualmente en detener personas que ingresan ilegalmente a un país, el nuevo imperialismo requiere que las naciones africanas hagan el trabajo sucio de evitar los éxodos masivos, en lo que es una versión aggiornada y/o reloaded del Muro de Berlin encastrado a través del continente africano.
Lo que en realidad está siendo tercerizado, de acuerdo al candidato a la presidencia de Mali Aminata Traoré es la “violencia e inestabilidad”. Europa ha hecho que los migrantes sean commodities a ser subastados en un nuevo mercado brutal. Presenta sus políticas como “una respuesta a la criminalidad”, cuando en realidad son combustible para el comportamiento criminal y depredador, al generar perversos incentivos a los países “socios”.
A la UE, como a Estados Unidos en Bolivia, no le importa la catadura moral de sus “socios”, en la medida que están ansiosos por detener la invasión de migrantes al Mediterráneo. Omar al-Bashir, ex presidente de Sudán, derrocado en un golpe militar el año pasado, ha sido acusado por la Corte Penal Internacional (CPI) de crímenes de guerra en Darfur. Su régimen fue parte del proceso de Kartún, una iniciativa de la UE para cortar la ruta migrantes del Cuerno de Africa. Uno de los instrumentos más efectivo para estas políticas fue la conformación de fuerzas paramilitares, llamadas en Sudán hasta 2013 Janjaweed, por su viciosa persecución de migrantes indefensos. Los “Janja” fueron responsables de perpetrar masacres contra los manifestantes que querían derribar a al-Bashir. De este modo desarrollaron su negocio de la mano de la UE.
En el Sahel el 80% de la migración no se dirige a Europa sino que es un fenómeno regional que involucra gente que por décadas ha sido nómade moviéndose por fronteras naturalmente porosas. A los paramilitares y mercenarios de la UE no les importa distinguir entre diferentes tipos de migrantes, de modo que todos se transforman en targets de la mafiosa industria de secuestro y detención promovida por los europeos. El resultado es la extinción de las rutas comerciales tradicionales, una creciente inestabilidad económica y un descontento generalizado de la población, que con más razón se quiere ir “a donde sea”.
La UE ha omitido también el trato que reciben los migrantes en Libia. No quieren enterarse de las torturas, violaciones y extorsiones que padecen los detenidos, y para el director de Amnistía Internacional John Dalhuisen, es cómplice de los abusos.
-Es una cuestión de darle el “trabajo sucio” a quien se especializó para ello –se justifican los dirigentes europeos.
Cuanto más hostil sea el ambiente para los migrantes en países como Libia o Níger, más efectiva se torna la aberrante política europea. Sin embargo, las consecuencias y los resultados deberían conmover a la conciencia colectiva de los ciudadanos y líderes europeos. Aunque apenas se debate el tema. Para los ultraderechistas o “liberales conservadores” es un precio que vale la pena pagar, para los progresistas es un problema, porque saben que alimentan la hostilidad hacia Europa incrementando la posibilidad de atentados suicidas o demenciales. Para Bruselas la política es un éxito total. Para los dictadores y señores de la guerra, es un modo de enriquecerse y progresar. Y así, el mayor problema de nuestro tiempo se ha transformado en una atrocidad que no se atreve a revelar su nombre.