Gusanos
No podrías desear gusanos más finos para pescar,
los hundí espantados desde el césped aterciopelado,
los junté retorciéndose hacia arriba en la rica marga,
grandes, gordos, gusanos brillantes, todos maduros para mi caña.
Pienso, sin esperar, que estaré cebando mi gancho
y me darán un pescado de la espuma del estanque,
entonces madre contemplando vino llorando y regañando:
“¡Estás retrasado, tú, joven demonio! Vete a la escuela”.
Entonces agarrando mi lata arrojé los gordos gusanos adentro,
con manojos de pasto para su confort y ánimo, y allí, limpios y olvidados,
sin duda muertos y podridos los dejé languidecer por cerca de un año.
Un día quise limpiar el establo cuando vi la vieja lata en un estante, digo yo:
“A mi pensamiento, estos gusanos deben estar hediondos: ¡Está bien! Mejor lo descubriré por mi cuenta”.
Entonces abrí la lata, me apreté la nariz y miré adentro, ¿y qué vi?
Bueno, casi nada. Sólo oscuridad y viscosidad, y… algo que hedía,
escondida en un rincón, una bola de grasa gris.
Mis gusanos, no, no estaban muertos, pero flacos como un hilo,
cada uno parecía reprocharme, protestando por su suerte:
tan suavemente los tomé y tiernamente los sacudí hasta regresarlos al seno de la madre tierra.
Ahora estoy en la ciudad, es grande pero me apenan los desgraciados que se arrastran en su mugre,
las heces, la escoria, los lúmpenes de los barrios bajos
y los pobres niños acunados en el crimen.
Estoy seguro que en términos de mis lamentables gusanos,
sobreviviendo a pesar de la desesperación y la condena,
desearía haber sido Dios, con una sonrisa y una palmada
para colocarlos a todos en un valle en floración, diciendo:
“Dejemos que aquellos se regocijen con una voz maravillosa
por la maternidad de la tierra y la paternidad del mar,
y la curación del sol, porque cada uno de estos agotados y pobres gusanos humanos
es un pequeño pedazo de mí… Deja que sea tuya la culpa y la vergüenza:
lo que le hacen a ellos también me lo hacen a mí”.
traducción: Hugo Müller