El hechizo del Yukón
Quería el oro y lo busqué, escarbé y removí como un esclavo.
luché con el hambre o el escorbuto, lancé mi juventud a una tumba.
Quería el oro y lo obtuve, vino con una fortuna el último otoño,
aún de algún modo la vida no es lo que pensaba,
y de algún modo el oro no lo es todo.
¡No! Está la tierra (¿la han visto?),
es la tierra más cercana que conozco,
desde las grandes, vertiginosas montañas que la protegen
hasta los profundos y bajos valles mortales.
Algunos dicen que Dios estaba cansado cuando la hizo,
algunos dicen que es una tierra buena para evitar, puede ser,
pero hay algunos que no la cambiarían por ninguna tierra en el mundo, y uno soy yo.
Vienes a hacerte rico (maldita buena razón), al principio te sientes como un exiliado,
por un tiempo la odiarás como al infierno, y entonces serás el peor entre los peores.
Te agarran como unas ganas de pecar, te puede hacer un amigo de un enemigo,
parece que fue así desde el comienzo, parece que será así hasta el final.
Me detuve en un abismo de boca ancha, rebosante de un silencio plomizo,
observé al grande y fornido sol revolcarse en oro y carmesí,
y tornarse oscuro hasta que la luna brilló sobre los picos perlados,
y las estrellas cayeron acariciándose hasta la cosecha
y yo pensé que seguro estaba soñando con la paz en el mundo apilada hasta el tope.
El verano nunca había sido tan dulce, los bosques soleados estremecían,
los peces saltaban en el río, el carnero dormido en la colina.
La vida fuerte que jamás conoce arneses, los páramos donde llama el caribú,
la frescura, la libertad, la lejanía, ¡oh Dios!, qué estancado estoy en todo ello.
¡El invierno!, el brillo que te enceguece, la tierra blanca cerrada como un bombo,
el frío temor que te persigue y te encuentra, el silencio que te aporrea y embrutece.
Las nieves que son más viejas que la historia, los bosques donde acechan extrañas sombras,
la quietud, la luz de la luna, el misterio, les digo a todos adiós pero no puedo.
Hay una tierra donde las montañas no tienen nombre,
y todos los ríos corren hacia Dios sabe dónde,
hay vidas que son errantes y sin destino, y muertes que apenas cuelgan de un pelo,
hay infortunios que nadie recuerda, hay valles deshabitados y desolados,
hay una tierra, oh, atrae y atrae, y quiero regresar, y lo haré.
Están haciendo disminuir mi dinero, estoy enfermo del gusto del champán.
¡Gracias a Dios!, cuando esté desollado hasta el fin voy a ir al Yukón nuevamente.
Lucharé, y pueden apostar que no es una lucha falsa, ¡es el infierno!,
pero he estado ahí antes, y es mejor que este lugar condenado,
entonces iré al Yukón una vez más.
Hay oro, y es inquietante, me seduce como en los viejos tiempos,
aún así no es el oro lo que estoy queriendo tanto como el momento de encontrarlo.
Es el gran, el enorme y ancho camino hacia allí, son las selvas donde el silencio se libera,
es la belleza que me conmueve y maravilla, es la quietud que me llena de paz.
traducción: Hugo Müller