Babette

Mi dama está bailando tan ligera, la bella del Salón Embajada,

mentí cuando la besé amablemente y me apuré para salir de allí.

Estoy yendo en taxi a Montmartre sin una punzada de remordimiento,
juego por un rato con la liga de quien conozco como Babette.
Mi dama es una criatura exquisita, tan rara como una reina en un trono,

no tiene una falla en forma y rasgos pero oh, es fría como una piedra.

Entonces de su presencia me alejo para olvidar rápido su frialdad en sensual alegría

mientras entierro mi rostro en el pecho de Babette.
Ella es sólo una flor del pavimento, con París y la primavera en sus ojos,

aún yo, que preví grave qué significa la pasión contemplo con sorpresa

cuando ella me saluda tan alegre como un pardillo,

ajena a la fiebre y el fragor de la vida,

soy veinte años más joven el minuto que entro en la habitación de Babette.
La pobre y poca comida que ofrece es más que un banquete para mí,

propone un bife diferente, manzanas fritas y bocado de brie,
terminamos con café y besos, luego sentarse en el sofá y a los mimos…

En el Embajador nunca me pierdo empinar mi trago con Babette.
A mi pensamiento, de algún modo y de alguna manera

hay un poco de apache en todos nosotros,

en los bistrós donde he estado tomando bastante,

que en el baile del Salón Embajada.
Con qué frecuencia siento que permutaría mi lugar en la red social

para vagar bajo la luz de la luna en Montmartre, solo con mi pequeña Babette.
Ya no soy joven y estoy encaneciendo, estoy a medida, sombrero de copa,

guantes de niño, y aunque en oscuros modos me estaré extraviando,
es el cielo al que hay que amar y ser amado para recuperar la pasión de juventud…

Mi dama es la perfección y aún cuando la beso pienso en el frenesí

que encuentro en los encantos de Babette, entrelazado en los brazos de Babette.

 

traducción: Hugo Müller

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