Sensibilidad
I
Una vez, cuando era niño, maté un gato.
Supongo es por eso que un gato evoca mi ternura,
y recibe tan amablemente mi cariño.
Porque con un rico, resonante ronroneo se alisa en arco o
ardiente pelaje tan vibrante contra mis pies,
y mientras le hago cosquillas en la barbilla inclinada
y froto las raíces de sus orejas de terciopelo
su cola se levanta en ondulaciones.
Entonces temblando con todo su poder, su bendito deleite sensual,
mira hacia arriba con ojos centelleantes,
místico, sabio como un egipcio, y oh, tan elocuentemente
intenta expresar con cada fibra su consumada fidelidad y amistad.
II
Pienso que cuanto más vivimos nos tornamos más sensibles
al dolor y daño del hombre y la bestia, y aprendemos a sufrir
a la menor sospecha del sufrimiento ajeno hasta que la piedad,
encontrándonos en un ansioso manantial que brota,
hace que estemos desbordados de placer para vibrar ante las cuerdas del dolor.
Porque míren ustedes, luego de sesenta años veo con angustia cercana a las lágrimas
aquel gato famélico tan repentinamente quieto, que me dispuse a matar a mi terrier.
Grandioso, recuerdos dorados se desvanecen, pero aquello me acechará
horriblemente hasta el día de mi muerte.
Porque, hasta mi pobre perro sintió vergüenza y se encogía
como si culpara a la pobre gata mutilada que yacería para siempre en su felpudo.
III
Lo que está hecho ya fue.
Ningún poder puede traer la cosa asesinada a la alegría viviente.
Sí, no podría expiar mi culpa si diera mi propia vida.
Y aunque en el esfuerzo de mar y tierra el dulce aliento ha terminado a mi mano,
aquella matanza infantil en mis ojos podría epitomizar a miles.
Aún le roba un pensamiento a mi crepúsculo:
de algún modo el perdón puede ser comprado,
en algún lugar viviré mi vida nuevamente tan finamente sensible al dolor,
con el corazón tan rimado con la verdad y la razón que será una llama de luz,
y todo el mal que he labrado trasnochadamente será traído a casa…
Entonces conoceré de hecho mi infierno, y sangraré donde a otros les hice sangrar
hasta purgar mi penitencia de pecado para ganarme la paz o el cielo.
Bueno, de cualquier modo, saben por qué somos tan compañeros, los gatos y yo,
así que si tienen el don de la vergüenza, oh, compañero-pecador, haz lo mismo.
traducción: Hugo Müller