Insomnio
¡Mierda! Trato en vano de dormir, desde las doce no he cerrado un ojo,
y ahora son las tres, y desde Notre Dame a St. Denis
repican para mí las campanas de París,
ellas dicen “eres joven, y fuerte y libre”.
Yo no giro con suspiros y lamentos para aliviar mis miembros,
para descansar mis huesos,
como si mi cama estuviera apilada con piedras,
ningún murmullo malhumorado aconseja a mi lengua,
¡ah, no!, para cada sonido elevado dice: “muchacho, eres libre, y fuerte y joven”.
Y así bajo la caricia de la sábana mi cuerpo ronronea con felicidad,
burbujas de alegría en mis venas… Ah sí, mi verdadera sangre que salta
repicando en una alegre canción, porque soy joven, y libre y fuerte.
Quizás es la ola primaveral. Temo estar demasiado feliz.
La sensación de vivir me llena de exaltación.
Quiero cantar, bailar, soy con deleite ditirámbico.
Pienso que la luna debería ser la culpable: llena la habitación con su brillo de hadas,
pinta la pared, parece esparcir una corriente moteada sobre el piso.
Me levanto y contemplo a través de la ventana…
¡Ustedes, dioses, que maravillosamente hermosos!
Desde Montrouge a la Colina del Mártir una ciudad plateada en frenesí y quieta,
sombría, profundidades amodorradas de niebla de ópalo,
y chapiteles y cúpulas en llama de diamante,
las pequeñas hojas ceñidas de primavera brillando suavemente como lentejuelas,
cada techo una placa de brillo de plata, un golfo de gasa en el espacio entremedio,
cada punta de chimenea una cosa graciosa,
donde los rayos de la luna se divierten en caza y persecución,
y todo aquello era bajo y sórdido, sólo belleza, inmortal y serena.
¡Oh, ciudad mágica de un sueño! De un brillo a otro de la gloria,
y yo contemplaré y me apiadaré de aquellos que en sus almohadas dormitan y sueñan ligero…
Y mientras no tengo otra cosa que hacer, de un té haré una infusión estimulante,
y halagaré a mi gaita hasta que suene, y le cantaré una canción a la luna.
¡Allí! Mi té es negro y fuerte. La inspiración viene con cada sorbo. Ahora para la luna.
La luna espiaba detrás de la colina, tan amarilla como un damasco,
luego trepó hacia arriba hasta que alcanzó el cielo,
el cielo era vasto y violeta, la pobre luna parecía palidecer de miedo,
y empalidecía cada vez más, como la plata fina vieja, brillante y lavada.
Y aún continuaba trepando tan bravía hasta que se remontó arriba del cielo,
luego brilló serenamente hacia la tierra, una soberana plateada del cielo,
una sultana amable de la noche, proveyendo reinos de luz de lirio.
traducción: Hugo Müller