Dick, de Athabaska

Cuando los muchachos salían de Lac Labiche en el primor de la primavera temprana,

para tomar la paga del Bahía de Hudson, como hicieron antes sus padres,

todos estaban felices para la francachela, y hacen que el aterrizaje suene

con un grito y un remolino, y un “¡tomaré a tu chica!”, y un rasgón, un grito y un rugido.
Porque la juerga de primavera es una cosa sagrada,

y los muchachos deben tener su diversión tras duras faenas,

medio mestizos, ellos saltan del bote al bar,
y entonces cuando anda la larga flotilla, y cuando está acabado lo último de su paga,

los muchachos de los bancos de Lac Labiche se balancean para la pesada barrida.

¡Y oh, cómo suspiran!, y sus gargantas están secas, y están enfermos y lamentables:

Así no hay nada tan maldito con una sed de cal ardiente como la de Athabaska Dick.
El era largo y flaco, de miembros ladeados pero fuerte como un oso joven,

y por el derecho de su habilidad hubiese podido guiar la brigada grande.

Sus ojos rientes eran toda sabiduría acuosa, y él dirigía con un descuidado sigilo,

y él esquivó la sacudida de la espuma y la roca hasta que llegaron a la gran cascada.

Y aquí ellos deben hacer el largo porte, y los muchachos transpiran en el sol,

y ellos pesan y empacan, y transportan y arrastran, y cada uno debe hacer su truco,

pero sus pensamientos están lejos en la barra de aterrizaje, donde corren las fuentes de néctar:

y ningún hombre piensa en tragos tan encantadores como aquel Athabaska Dick.
Era el cierre del día y su largo bote yacía sobre la gran cascada,

cuando vino a él un Jim Jackpot, con una luz salvaje en su ojo,

y él se rió suavemente, y condujo a Dick a popa, todo ansioso, aún medio aprensivo,

y cómodamente guardado en su abrigo mostró un frasco de “centeno” robado.
Y apurado deslizó, o en temor se tropezó pero Dick rugió en advertencia,

y entonces sonó un alarido, y ocurrió que Jim había sido lanzado por la borda.
Oh, escuché una zambullida, y rápido como un destello supe que no podía nadar.

Lo vi remolinear en el río turbulento, y mover sus brazos como la trilla.

De un modo extraño, esforzado, escuché decir a Dick: “Voy por él”,

se sacó el abrigo, saltó al bote y entonces yo grité: “¡Muchachos, agárrenlo, rápido!

¡Estás loco, Dick, mejor uno que dos!, ¡demonio, hombre, sabes que no es un show!

Es una muerte cierta y segura…”. Y allí nos colgamos y nos aferramos, con carne,

músculo y fuerza, y los tendones se rompían y las articulaciones crujían,

y jadeante salía nuestro aliento, y allí nos balanceamos y oramos,

hasta que la fuerza y la esperanza se agotaron,

entonces Dick nos arrojó como ratas, y fue por Jim.
Con gran urgencia saltó en medio del surco del río rabioso,

y agarró a su compañero y desesperado luchó para ganar la orilla,

con dientes brillantes se arrojó a la corriente, aún veloz y seguro se arrastró

para alcanzar la poderosa catarata que esperaba toda rugiente.

Y allí nos detuvimos como madera tallada, nuestros rostros de un blanco enfermizo,

y lo observamos mientras batía la espuma, y pulgada por pulgada se perdió,

y más cerca, cada vez más cerca se encaminaba a la caída, y más furiosa crecía la lucha,

hasta que en la misma cresta de la cascada lanzó un último adiós.
Entonces abajo, y abajo y abajo se hundieron en aquel abismo de espanto,

y como locos lloramos a lo largo de la orilla clamando nuestra amarga muerte.
Y desde el infierno de la espuma frenética, que aplastaba, humeaba y hervía,

emergieron dos pequeños cuerpos, y hasta entonces no habían sido percibidos,

y oh, ¡yacían como la arcilla insensible!, y trabajamos con amarga dureza,

aún nunca, nunca una rayo de esperanza, y éramos hombres cansados.
Y los momentos se acumulaban en horas, y negra era nuestra desesperación,

y estábamos en desmayo, y nos inclinábamos a darlos por muertos,

cuando de pronto me estremecí con esperanza: “¡Regresen, muchachos!, y le di aire,

sentí el aleteo de su corazón…” Y, mientras decía la palabra Dick suspiró,

y contempló alrededor, y vio nuestra banda sin aliento,

y vio el piso azul del cielo arriba, todo cubierto de vellón dorado,

y vio a su camarada Jackpot Jim, y lo tocó con su mano:

y entonces vino a sus ojos una mirada de paz perfecta.

Y como allí, a sus mismos pies, el río frustrado desvariaba,

lo escuché murmurar bajo y profundo: “¡Gracias a Dios! El whisky está a salvo”.
traducción: Hugo Müller

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