La esposa

«Dile a Annie que estaré en casa a tiempo para ayudarla con el árbol de navidad”.

Eso es lo que él escribió, ¡y escuchen!, el repique de las campanas de navidad,

¿y dónde está él? ¡Y qué triste y oscura está la casa, y Annie sollozando en mis rodillas!
La página junto a la llama de la vela fue rellenada con cruel tipografía,

leo y leo hasta que un nombre saltó a mí y mi corazón estaba aplacado:

mi ojo se arrastró arriba de la columna, arriba hasta su odioso encabezamiento: Muerto.
Y allí estaba Annie en la escalera: “¿Y él no tardará mucho?” dijo ella.

Sus ojos estaban brillantes y en su pelo había enrollado una cinta roja,

y cada paso seguro era papi hasta que cansada se fue a la cama.

Y me senté sola allí, tan quieta, con ojos atentos que no veían,

la sala estaba desolada y fría, y desolado mi corazón,

afuera escuché chillar a los canillitas: “¡Otra gloriosa victoria!”
Una victoria… ¡Ah! ¿Qué me importaba? Mil victorias son vanas.

Aquí en mi ruinoso hogar lloro desde mi dolor y negra desesperación,

prefiero, prefiero la maldita derrota, y tengo a mi hombre conmigo nuevamente.

Nos hablan de orgullo y poder, de un vasto Imperio más allá del mar,

mientras aquí me refugio junto a mi hogar, ¿qué significan palabras como esas para mí?

Oh, ¿alzarán las nubes que están bajas, o aliviarán mi carga en los años por venir?
¿Qué importamos nosotros, la pobre gente? Quien sea que gane o pierda,

somos nosotros quienes pagamos.

Oh, me reiría bajo el yugo si lo tuviera a él conmigo hoy,
el hogar de uno viene antes que el país: sí, así dicen un millón de mujeres.

“Silencio, querida Annie, no te lamentes tanto”

(¿Cómo puedo decirle?) “Mira, iluminaremos con estrella pequeña

del brillo más puro cada pequeña vela rosa y blanca”.
(Ellos cometen errores. Me diré que no leí bien aquel nombre.)

Vamos, la más querida, ven, oremos junto a nuestro brillante árbol de navidad,

sólo entrelaza tus pequeñas manos y dí aquellas palabras tan suavemente luego de mí:
«Dios se apiade de las madres desesperadas y las pequeños niñas huérfanas”.

. . . . .
¿Qué es eso? Un paso en la escalera, ¡un grito!, ¡la puerta está abierta!

Mi héroe y mi hombre están aquí, y Annie saltando a su lado…

La sala se tambalea, me desmayo, caigo… “¡Oh Dios, glorificado sea tu mundo!”

 

traducción: Hugo Müller

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