Moscas

Nunca maté una mosca porque pienso que las leyes

que tenemos para regular y civilizar nuestra vida cotidiana

se las debemos a ellas.

A propósito, te cuento de Chu, la esposa de Wung, líder de cazadores,

tenían una cueva tan preciosa por hogar y una cría de doce jóvenes.

Y  Wung comenzaba con la luz roja del amanecer

a perseguir el rastro del pájaro o la bestia,

y se arrastraría cansado al borde de la noche con comida para otro festín.

Entonces los jóvenes bailarían en su desnuda alegría,

y Chu alimentaría el fuego, las pieles y plumas,

era tan bueno de ver, ¡y atiborrarse del deseo del corazón!
Carne de conejo, y ganso y ciervo, con dientes filosos como cuchillos la desgarraban,

y reían con sus rostros como una mancha sangrienta,

y arrojaban sus huesos al suelo.
Pero con el brillo de la mañana vendrían las moscas como nubes a la cueva,

apenas se podía oír por su ruidoso murmullo,

eran grandes, negras y bravas.
Oscureciendo el día con su soplo de codicia,

eran un hervidero en el cálido amanecer,

en el desorden de los despojos y huesos para alimentarse,

más o menos un millón de moscas.

Ahora las moscas eran la desesperación de la esposa de Wung,

punzaban, zumbaban y mordían, y mientras su único atuendo era su cabello

ella se rascaba de la mañana a la noche:
pero mientras un día Chu se estaba rascando la piel

le vino un pensamiento, “si tuviera que arrojar los huesos afuera las moscas irían allí también”.
Aquel destello en una mente bien cercana al mono,

no, no se rían ni la desdeñen, porque en los pensamientos de Chu

hallarán que había nacido el sentido del orden,
mientras lanzaba los desechos lejos, y la nube de moscas los siguieron veloces,

cebándose con los huesos afuera, la cueva quedo despejada al fin.

Y Wung estaba contento cuando vino a la noche, porque el aire estaba limpio y dulce,

y los niños danzaban alegres a la luz del fuego,

y se alimentaron con la carne del nuevo animal muerto,

pero los niños de Chu fueron regañados y advertidos,

porque el piso limpio era su orgullo, y aún al bebé se le enseñó a arrojar

su mordida de un hueso afuera.

Entonces vinieron las brujas de la cueva, y algunas la admiraron

pero otras tuvieron envidia, y dijeron:

“Ella presume, nos tiene cansadas con su aspaviento de moderna compleja”

Igualmente, la mayoria de la tribu la consentía,

aunque la tradición muere tristemente,

y unos pocos conservadores gritaron malhumorados:

“Mantendremos nuestros huesos y nuestras moscas”.
Así la reformista Chu fue muy reverenciada, y les dijo a todos:

“Ven como mi hogar y mi piso están limpios, y no hay moscas sobre mí…”

Y así fue cómo comenzó todo, a través del horror del estiércol y el desorden,
aún en el hombre prehistórico, ley, orden y limpieza.
Y es por eso que nunca mato una mosca, no importa cuán obscena,

porque creo en la buena voluntad de Dios,

nos dio insectos para hacernos limpios.
traducción: Hugo Müller

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *