Cárcel modelo yanqui responsable de suicidio de Epstein

El centro correccional New York Metropolitan (sí, como el famoso museo de la ciudad de Woody Allen) –MCC-, se encuentra en una esquina del centro de Manhattan, misteriosamente silenciosa, entre el distrito financiero y el barrio chino. Más precisamente, en la esquina de Pearl Street y Park Row, el sonido de los camiones zumbando y los bocinazos de los autos a los peatones que permanecen extrañamente ausentes. Las oficinas centrales del departamento de policía se hallan en la puerta vecina, en tanto los caminos que rodean el sitio han estado cerrados desde el atentado a las Torres Gemelas.

A peatones y ciclistas se les permite caminar por el perímetro de la prisión, con excepción de su puerta de entrada principal. Cabinas de seguridad rodean el edificio. Los turistas que se dirigen al puente de Brooklyn, banqueros conduciendo sus motos y padres llevando sus hijos en cochecitos pasan como si estuvieran frente a cualquier otro edificio gubernamental. Los alambres de púa y las ventanas enrejadas dan las claves de su propósito.

El MCC ha albergado internos de alto perfil, aunque ha sido largamente olvidado por los neoyorquinos hasta que adquirió notoriedad cuando el último fin de semana Jeffrey Epstein (el multimillonario amigo de Trump) fue encontrado muerto un mes después de su arresto por cargos de tráfico sexual –armado de fiestas y orgías con menores de edad-, lo que es considerado aquí un delito federal. Los resultados de la autopsia mostraron que Epstein se ahorcó, según declararon los peritos forenses a cargo.

La muerte de Epstein suscitó múltiples sospechas sobre cómo es posible que un prisionero de tamaña importancia haya podido quitarse la vida estando bajo el cuidado del gobierno federal. El Departamento de Justicia abrió una investigación en medio del florecimiento de diversas teorías conspirativas.

Abogados de internos declararon que los problemas de la prisión neoyorquina no son recientes. David Patton, director ejecutivo de Defensores Federales de New York, agrupación de letrados que defiende clientes que no pueden costearse un abogado, aseveró que cualquiera que esté familiarizado con este distrito sabe que el MCC es un desastre total.

La prisión neoyorquina ha alojado a terroristas, mafiosos y delincuentes de cuello blanco (Bernie Madoff, John Gotti y el mismísimo jefe de campaña de Trump, Paul Manafort), entre otros.

Cuando el edifició abrió sus puertas en 1975, el New York Times calificó su diseño como “avanzado y humano”, enfatizando su gran nivel de privacidad y seguridad. Larry Taylor, el alcalde, declaró que representaba “un salto cualitativo de 200 años”. Los tiempos han cambiado. El edificio fue construido para alojar 480 internos, y ahora –con la política de mano dura implementada por Trump- cuenta con más de 760.

“Las cloacas están destruidas” dijo Patton. “Hay prisioneros que defecan y orinan en las duchas. Hay alimañas, ratas, cucarachas, toda la mierda del día se acumula generando un hedor insoportable y ambientes pútridos. Entiendo que las prisiones deben ser lugares rudos, en los que uno no quiere habitar, pero deberían cumplir un mínimo estándar que garantice la vida humana”.

Los excarcelados del MCC cuentan que es normal encontrar ratas en las camas, y que les gusta arrastrarse y posarse sobre los presidiarios dormidos. Las cañerías se rompen con frecuencia, y provocan el ascenso de aguas negras que contaminan y enferman a la población de presos, haciendo estragos en la unidad femenina. Los abogados han constatado que sus clientes del MCC no reciben el cuidado médico que requieren. Mencionan casos de presos con los huesos quebrados que deben esperar meses por la atención de un traumátologo.

Pero el lugar no sólo es inmundo para los internos, la contaminación y las heces llegan hasta las oficinas del personal penitenciario, y cada vez que un abogado visita a un cliente no puede evitar las náuseas ni con las drogas antivomitivas más potentes del mercado. En efecto, suelen esperar adentro más de dos horas antes de permitirles hablar con sus clientes, en tanto los ascensores del edificio están todos rotos.

La salud mental en el MCC es inexistente, aunque esporádicamente se distribuye medicación psiquiátrica a los internos. Entre 2015 y 2018 hubo 20 intentos de suicidio en sus celdas, aunque el suicidio exitoso anterior al de Epstein ocurrió en 2006. El sistema de prisiones federales yanqui se encuentra en una aguda crisis desde 2017, cuando el fiscal general Jeff Sessions congeló las contrataciones y los haberes, progresando en contrapartida el proceso de privatización de las cárceles, el cual no ofrece mejores condiciones a los internos, sino garantiza ejecuciones extrajudiciales y el crecimiento de las cuentas bancarias de “los dueños” de los correccionales, que al igual que Epstein, han sido íntimos amigos del rubicundo presidente yanqui.

El sinsentido del sistema penal estadounidense, su crueldad e inequidad aberrante, se manifiesta en la huelga del personal penitenciario federal, cuya mayoría se halla licenciada por burnout mientras crece la cantidad de internos en forma exponencial. Actualmente, todos los guardias están obligados a trabajar horas extra, y se pide a docentes y enfermeros que cumplan la labor de los guardias. La presión física y mental a la que se ven sometidos los guardias, y los internos, ha aniquilado las ganas de vivir del reputado magnate judío. De hecho, el selecto prisionero aprovechó que sus guardias se quedaron completamente dormidos para arrebatarles un pañuelo de tela resistente y quebrarse el cuello contra una viga de su celda, tal cual le había enseñado un militar israelí.

Si bien el partido demócrata y algunos líderes republicanos advierten la situación y promueven una reforma en la justicia –que comprenda una mayor discreción de los jueces a la hora de sentenciar a algunos ofensores de la ley y propiciar mecanismos de sustitución de la pena- poco se avanzará en este terreno durante la administración de Trump.

En una carta al director del Departamento de Justicia, familiares de las víctimas de Epstein manifestaron que el incidente demuestra las severas negligencias y deficiencias en el protocolo de cuidado de los internos, permitiéndole a Epstein su deceso para eludir la acción de la justicia”.  Como respuesta, la agencia gubernamental despidió a los dos guardias del prisionero suicidado y trasladó al alcalde de la prisión a un albergue para inmigrantes de El Paso.

“Tuvo que morir un millonario, blanco y judío para que comiencen a tomar medidas. Quienes trabajamos en el sistema desde su inicio venimos declamando en el desierto. Es muy triste que hayamos llegado a este punto” –dijo Patton, despidiéndose con voz entrecortada.

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