Mi suicidio

A menudo me pregunto por qué los viejos tipos que eligieron morir en el mal,

antes de que los maten, ¿invariablemente se sacan sus gafas?
Mientras paseo por el farallón del castillo un viejo tipo sobre el que posé los ojos,

que se paraba tan singularmente rígido y espantoso contra el horizonte azul,

un poeta dando forma a un soneto, pensé, ¡con qué arrebato trabaja en él!

Y entonces yo pestañeé y me paré a contemplar, y me pregunté en la condición de mi vista,

porque estaba viendo aire vacío, debió haber sido una aparición.
Sorprendido contemplé… nadie estaba allí: comencé a sospechar de mi sanidad.

 

Me desplacé a donde lo había visto pararse, tan solitario en el sol,

¡Nada! Sólo tierra y arena, ni la menor señal de alguien.

Cuando yendo hacia abajo escuché el rugido de las olas, a quinientas millas o más.
He estado bebiendo, lo confieso, había confusión en mi cerebro,

y estaba sintiendo más o menos los vapores del champán de madrugada.

Así parado en aquel arrecife mareante: “Has visto a nadie” me dije a mí mismo.
«No hay necesidad de llamar a la ley local, porque después de todo no es tu asunto,

sólo imaginaste lo que viste…”

Entonces fui cogido de un repentino mareo:

porque a mis pies, más allá de la negación, un par de anteojos estaban tirados.

 

Y entonces simplemente los dejé ahí, y me alejé de aquel lugar maldito.

No soy amante de la policía, y pronto estaré más ebrio que sobrio.

“Me largaré, y dejaré a los locales encontrar y rastrear aquellos bifocales” dije.
traducción: Hugo Müller

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