La víspera de Navidad del trampero

Está poderosamente solitario y espantoso.
Sobre el desierto la luna se eleva alto, y muestra con agudeza y claridad

el vacío de la tierra y el cielo, no brillan hogares felices con amor,

no hay Santa Claus a quien hacerle creer: sólo nieve y nieve, y luego más nieve,

es la víspera de Navidad, la víspera de Navidad.

Y aquí estoy donde todas las cosas terminan, y donde son arrojados los indeseables

un pobre hombre viejo sin un amigo, olvidado y muerto para todo el mundo,

fuera de la visión y fuera de quicio…

Bueno, quizá sea mejor así, todos encontramos nuestro equilibrio en la vida,

y el mío, supongo, es bastante bajo.
Aún mientras me siento con la pipa encendida, junto al abeto de la cabaña,

tomo hoy el camino de regreso de cincuenta años.

La escuela, la casa y el árbol de Navidad, los niños con sus mejillas brillando,

dos ojos azules brillantes que me sonríen…

sólo hace media centuria.

 

Nuevamente (tal vez sean cuarenta años), con fe y confianza casi divinas,
aquellos mismos ojos azules, rebosantes de lágrimas,

me miran a través de las profundidades del amor.
Una despedida tierna, suave y baja, con brazos que se aferran y labios que se adhieren…

¡Ah, yo!, fue todo hace tanto tiempo, aún parece tan dulce esta víspera de Navidad.

Sólo hace treinta años, nuevamente… dijimos un último, amargo adiós,

nuestros labios están blancos con cólera y dolor,

nuestros pequeños niños se pegan y lloran.

¿De quién fue la falla? No importa, porque el hombre y la mujer, ambos engañan,

está enterrado ahora y todo olvidado, perdonado también, esta víspera de Navidad.

Y ella (Dios se apiade de mí) está muerta, nuestros hijos crecieron hombres y mujeres.

Me gusta pensar que están casados, con sus propios pequeños hijos,

aquella multitud alrededor del árbol de Navidad…

Jamás les causaría dolor, ni derramarán una lágrima por mí,

para arruinar su alegría esta víspera de Navidad.

 

Despojada de entusiasmo, demacrada y quieta, yace toda la tierra en sombría angustia.

Como un alma perdida lamentándose, largo y estridente
el aullido de un lobo quiebra el vacío.

Luego silencioso como la muerte está todo.

La luna anda demacrada y abandonada…

“¡Oh, escuchen cantar a los ángeles heraldos!»
Dios bendiga a todos los hombres, es la mañana de Navidad.

 

traducción: Hugo Müller

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