La eterna

Era tan maravillosa que me preguntaba si casándome con ella no estaría metiendo la pata,

era tan pura, tan por encima de mí, que me maravillaba cómo podía amarme: ¿o sólo me amó?

Bueno, en su propia forma: afecto, piedad, jamás pasión.
Sabía que yo no merecía su amor pero oh, con cuánto ingenio me esforcé por ser igual a ella de algún modo,

ella sabía que lo intentaba, y hubiese orado por el día en que ella mantuviera su cabeza orgullosa, y se detuviera con alabanzas a mi lado.

Yo, un debilucho, ella me hizo fuerte, mis pensamientos más delicados le pertenecen a ella,

por veinte años ella fue una madre para mí, y entonces un día ella me sofocó con besos,

diciendo con salvaje alegría: “Pronto seremos tres, esperemos un muchacho”.

“Demasiado viejo para cargar un niño” dijeron,

bueno, tenían razón porque ambos están muertos…

Ah, no, no muertos, ella está conmigo, y siempre estará junto a mí,

su espíritu permanece, mitad divino: todo el bien que hago es de ella, no mío.

¡Dios, por mis obras, oh, déjame luchar por mantener viva su generosidad!
Deja que su espíritu brille en mi corazón, y que mis pensamientos

muestren a otros que ella no está muerta:

ella nunca morirá mientras yo tenga amor por la humanidad.

 

traducción: Hugo Müller

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