Puerto Esteban
Juan trabajaba en un astillero. Y vio el buque pesquero chino In Sung X que había sido capturado por la prefectura. Le resultó atractivo y lo compró por un precio simbólico de unos mil dólares y la entrega de diez drones de última generación para Prefectura. Era mucho lo que había que hacerle. Desarmó todo el sistema de propulsión y lo dejó solo con un motor para alimentar el generador eléctrico y los servicios esenciales. Le cambió el nombre por el de Puerto Esteban. Lo dejó anclado y lo empleó como pontón para desarrollar actividades de pesca deportiva. Consiguió trasladarlo a la zona del delta en frente de las costas de la municipalidad de San Isidro. Se trasladaba con una lancha trucker que usaba para llevar y traer pesqueros al buque transformado. Y subía por una escalera a una de sus bandas.
Tuvo la desgracia de que el río Luján se colmara de camalotes que venían de aguas arriba del Paraná, llenos de víboras, roedores, nutrias; y se dirigían al puerto de Buenos Aires. Eran pequeñas islas que flotaban y formaban una alfombra verde en el rio. Logró que lo ayudaran a que veinte hectáreas de camalotes se asentaran muy cerca del lugar de anclaje del buque Puerto Esteban. Consiguió que las dragas que extraían los barros lo depositaran en ese complejo. Armó un plan de capacitación para manejo de drones desde el buque, especialmente para personal de Prefectura. Destinó una hectárea de esta isla para armar granjas multitróficas, donde los desperdicios de una especie se utilizaban para alimentar otra. Y lo planteó para el proyecto Pampa Azul, y estos contactos le sirvieron para que en el buque Puerto Esteban se estableciera una capacitación en granjas multitróficas para los últimos tres años de las escuelas secundarias de la zona norte. Ya lo empezaron a llamar el príncipe de las mareas y estableció su principado en esas veinte hectáreas. Plantó en diez hectáreas el kiri o también llamado paulownia tormentosa para combatir el calentamiento global, y en las restantes una serie de especies para atraer a las abejas: amapolas, margaritas, claveles, caléndulas, menta, lavandas, albahaca, tomillo y esa comarca fue un paraíso apicultor. Las reinas abejas estaban controladas y registradas genéticamente. Armó terrenos de media hectárea para poblar este barrio apicultor, a los que se accedía en pequeñas embarcaciones, y agregó la apicultura como capacitación de estudiantes de escuela secundaria. Logró que la Universidad local auditara la capacitación y que sea con objetivos de excelencia. Ya lo consideraban el Príncipe apicultor, y comerciaba a través de una unidad de cuenta basada en el kilo de miel. La reserva de ahorro se establecía en función del barril a granel de miel de exquisitez. Los estudiantes habían armado una serie de canciones muy pegadizas que funcionaban como himnos. Juan fijó como bandera un árbol de kiri, algo parecido al que tiene la bandera de Canadá. Los políticos mediocres lo tentaban para que sea una nación de ultramar y que los argentinos fijaran su residencia para depositar su dinero. Juan se consideraba un príncipe, y llamó a su emprendimiento Principado Kiri Apicultor. Se resistió a pagar los impuestos que le demandaban, no tenía intenciones de pagar adelantos de impuestos de ganancia, que no estaba seguro de abonar y empezó a eludir su pago. La municipalidad de San Isidro empezó a reglamentar su iniciativa. Juan aspiraba a que si no era una micro nación, que sea la provincia 25 de la república Argentina; la carga impositiva de la municipalidad sanisidrense era insostenible. En su afán de independencia empezó a buscar aliados en los isleños del delta, para armar una intendencia isleña, agrupando a las distintas secciones que le corresponden a las municipalidades allegadas. Pero no logró su objetivo
Juan se cansó, vendió las veinte hectáreas a inversores japoneses. Lo que hizo fue llevarse el buque Puerto Esteban a recorrer puertos de la costa marítima, con su programa de capacitación de excelencia en granjas multitróficas y apicultura para estudiantes de escuela secundarias. Y así estuvo cinco años. Juan salió a pescar con su buque fuera de la costa argentina, sin propulsión y sin asistencia de remolcadores, ancló el Puerto Esteban debajo del paralelo 40, a unas quince millas de la costa. Armó una rutina para testear sus drones en lugares marítimos. También los usaba para detectar cardúmenes y lanzar carnadas. En un día que con su vieja lancha fue al pueblo, a hacer las compras para abastecer la pequeña tripulación, recibió el llamado del capitán del pesquero, le informó que un buque inglés lo había intimado a que se identificara y solicitara autorización para su permanencia pero fue preventivamente bombardeado, y hundió la nave. El capitán de la embarcación hundida logró que el personal se salvase de milagro.