La esperanza del socialismo yanqui
El senador y candidato presidencial Bernie Sanders dio ayer un discurso brillante en la Universidad George Washington, en el cual expuso su visión del socialismo democrático. Con su característica concisión, vituperó el status-quo regido por “un escaso número de billonarios increíblemente ricos y poderosos” y argumentó que el futuro le pertenece al nacionalismo de derecha o el socialismo democrático, al que definió con un conjunto básico de derechos económicos y sociales.
Aún para sus simpatizantes, la decisión de Sanders de reconocerse como socialista ha sido controversial. La etiqueta golpea como un anacronismo –o un lastre que distra de una visión más amplia, popular y progresista. A los yanquis siempre se les instruyó aborrecer la palabra con “S”, e imaginan gulags y filas para comprar pan cuando es invovada. Pero Sanders está entre los políticos estadounidenses más populares a pesar de su pasado e identidad socialista, y lo está precisamente por ello.
Sanders dio sus primeros pasos en la política y se formó ideológicamente en la rama juvenil del achacoso Partido Socialista yanqui. Cuando se afilió en la década de los ’60, el partido apenas era la cáscara de lo que había sido a principios del siglo 20, cuando Eugene V Debs obtuvo casi un millón de votos para presidente y fueron elegidos cientos de legisladores socialistas.
Aún en su estado debilitado, el socialismo estadounidense nutrió y entrenó a Sanders. A través del movimiento, alcanzó un entendimiento del mundo del cual jamás se ha apartado: los ricos no están equivocados, tienen un gran interés en proteger su riqueza y poder, y mantener a millones de seres humanos a su merced. No sólo es necesario diseñar mejores políticas; para construir un mundo más justo se requiere tomar el poder del control de los ricos y democratizarlo. Con este conocimiento, el entonces estudiante de la Universidad de Chicago se entregó a las luchas laborales y por los derechos civiles de aquella era.
Las primeras incursiones electorales de Sanders se dieron en los márgenes de la vida política estadounidense, como candidato izquierdista por Vermont del partido Liberty Union, obteniendo sólo el 2.2% de los votos. Pero su mensaje simple reflejaba la claridad moral y la visión del viejo partido Socialista: Richard Nixon representaba a “millonarios y billonarioss”, como decía entonces Sanders, y apuntala un “mundo del 2% de la población que posee más de un tercio de la riqueza personal en Estados Unidos”.
Estamos acostumbrados a políticos que vacilan, triangulan, “evolucionan”. Sanders no ha hecho estas cosas, ha mantenido un mensaje sorprendente y disciplinado por medios siglo. La desigualdad está minando la promesa de Estados Unidos, siempre argumentó, y una coalición de trabajadores organizados contra millonarios y billonarios puede cambiar las cosas para mejor.
Sanders todavía tiene un retrato de Debs en su oficina de Washington DC, y en los ’80 curó un álbum de legendarios discursos de oradores socialistas. Pero su disertación de ayer fue un aviso de que si bien aún corporiza demasiado del viejo espíritu socialista, ha encontrado modos de suavizar sus aristas para hacerlo más accesible al público norteamericano.
Nuevamente Sanders arremetió contra la casta de billonarios, “los tomadores de ganancias de nuestro sistema de salud, nuestra tecnología, nuestro sistema financiero, nuestro suministro de comida y de casi todas las otras necesidades básicas de la vida”. Pero en vez de citar a su héroe Debs se remitió a Franklin Delano Roosevelt –un presidente que se vio a sí mismo como el salvador liberal del sistema capitalista. Ya en 1944, poco antes de su muerte, Roosevelt elaboró un majestuoso manifiesto llamado Segunda Carta de Derechos. Los derechos políticos existentes solos no nos han dado “igualdad en la búsqueda de felicidad”, argumentaba Roosevelt, necesitamos complementarlos garantizando el acceso al empleo, la vivienda, la salud, la educación y más.
No era socialismo per se, pero sí un proyecto para una red de seguridad social en Estados Unidos –una que tristemente jamás fructificó. Al recordar esta historia, Sanders está señalando que está en carrera para ganar la primaria del partido Demócrata y la presidencia. Apunta a ser el candidato de un partido con poder de gobernar, el partido de Roosevelt, no el partido de Debs.
Bajo está señalamiento hay una apelación familiar. El discurso de Sanders se enraiza en el socialismo democrático, en los populares deseos de paz y seguridad. Vincula su análisis del mundo –un conflicto creciente entre fuerzas del populismo de derecha y la izquierda progresista, sin tierra en el medio- con demandas concretas por políticas como seguro médico para todos, un salario que alcance para vivir y viviendas que sean adquiribles por un trabajador promedio.
Para políticos demócratas como Joe Biden, los problemas sociales son complejos y difíciles de resolver. Con bastante frecuencia, no hay villanos claramente recortados. Como lo dijo recientemente Biden: “La gente que gobierna no son malos tipos”. Para Sanders sí lo son –y tienen apellidos que él no teme pronunciar, como las familias Walton y Trump.
En sus discursos públicos Sanders critica el presente desigual, e identifica a los responsables de ello, esquematiza un futuro más igualitario y especifica un agente de cambio -“la gente trabajadora”- que puede llevarnos allí. Es una simple fórmula socialista, comunicada con un lenguaje simple. Por mucho Sanders ha sido el candidato demócrata más repetitivo en 2016 y continúa siéndolo hoy. Evita las jergas y presenta su socialismo como sentido común: una revolución política para quitarle el poder y las riquezas a unos pocos y proveer derechos económicos y sociales básicos a muchos.
Aún cuando en las encuestas Sanders aún está detrás de Biden, el mensaje ha comenzado a resonar. El 57% de los demócratas ven el socialismo positivamente, cifra que crece al 64% cuando se trata de jóvenes de entre 18 y 24 años. Sanders expandió su visión socialista democrática aún más utilizando la retórica de libertad que es un lugar común en la política yanqui, dándole un tinte socialista: “La libertad política, en ausencia de libertad económica, no es realmente libertad”.
Los socialistas más duros pueden burlarse de la evocación que hizo Sanders de Roosevelt como proto-socialista. Pero el núcleo de su demanda por democracia y justicia es fiel al espíritu de Debs y sus sucesores Norm Thomas y Michael Harrington, y resuena con millones. Sanders no está sólo en campaña, está encabezando la recuperación de una tradición socialista democrática en Estados Unidos que insiste en expandir nuestra definición de libertad hasta incluir nuestras más básicas necesidades materiales.
traducción: Hugo Müller