La balada de la tumba de Lenin
Este es el cuento que me contó mientras nos sentamos en el bar de Casey,
aquel ruso que estafó desde la cárcel en la tierra de la estrella carmesí,
aquel tipo soviético con un solo ojo, y la cara como una cicatriz en llamas.
Donde yace Lenin y flamea la bandera roja, y los trabajadores gris-rata esperan
para pisar la oscuridad de la tumba de Lenin, donde el camarada yace en estado.
Con paso rezagado pueden sondear su rostro, tan cansado pero aún tan firme,
trabajaron hasta el dolor un montón de años para salvarlo del gusano.
Las paredes del Kremlin son sombríamente grises, pero la tumba de Lenin es roja,
y los peregrinos de las tierras amargas dicen: “El duerme y no está muerto”.
Ante sus ojos él yace en paz, un símbolo y una señal,
y mientras pasan aquella cúpula de vidrio miran un dios divino.
Así los doctores lo enchufaron lleno de droga, por si se cae al polvo,
así colapsará su fe y esperanza, toda la asociación se quebrará.
Pero digo, tovarich, escúchame… revelaré un secreto, porque he visto lo que nadie ha visto,
sé lo que nadie sabe.
Yo era un terrorista checo, oh, serví bien a los soviéticos
hasta que me pusieron en la lista del cementerio por temor de lo que pudiera decir,
que pueda contar las cosas que vi, y que sólo yo vi,
me mantuvieron en la cárcel con un escuadrón de fuego para hacer un cadáver de mí.
Pero logré escapar y hoy aquí les estoy contando mi historia,
aunque pueda soñar extraño, junto a la barba de Lenin, así Dios me ayuda y sabe que es verdad.
Anduve con la cabeza gacha a través de aquella gran Plaza Roja, y observé la formación esperando.
Los hijos mestizos de Marx estaban allí, convocados al santuario de Lenin,
diez mil hombres moscovitas, mongoles y turcos, gorros negros del mar Aral y tártaros de Kazan.
Calmucos y baskirios, letones y fineses, georgianos, judíos y lapones,
kirguistanos y kazajos formando una multitud para contemplar el plano de Lenin.
Sí, aunque pasaron un montón de años los veo detenerse y orar,
como plañideras en la tumba de uno que murió apenas ayer.
Los observé en un nuboso aturdimiento de amargura y dolor,
pero oh, extrañaba el alegre soplo del vodka en mi cerebro.
Contemplé, mis ojos estaban hipnotizados por aquella multitud saturnina,
cuando con un comienzo que conmovió mi corazón lo vi, vi un fantasma.
Como en un vidrio nublado lo vi pasar, asomarse y sonreír,
un hombre que conocía, un hombre que asesiné, el príncipe Boriz Mazarin.
Ahora no piensen que amo el anfiteatro que fluye por la bebida,
aunque el licor mata el remordimiento y calma la angustia del alma.
Y hay tanto que olvidaría los horrores completos que he visto,
rostros y formas que todavía me acechan como sombras en una pantalla.
Y de estas visiones que afectan mis noches la más espantosa por lejos
es la muerte de Boris Mazarin, aquel soldado del zar.
El era un hombre noble, poderoso, lo tomamos por sorpresa,
matamos a su madre, su hijo y sus tres hijas delante de sus ojos.
Lo torturamos con pullas y amenazas, entonces enloquecidos por el exceso de sangre,
sobre nuestras humeantes bayonetas lo ensartamos hacia la puerta.
Pero él nos desafió hasta el final, gritando: “¡Oh, pandilla carroñera!
Moriría con alegría si pudiera destruir a cien perros como ustedes”.
Impulsé mi espada a su garganta, la hoja estaba brillante con sangre,
lo arrojamos al foso de su castillo y lo estampamos en su cieno.
Aquel poderoso cosaco del Don estaba muerto con toda su raza…
Y ahora lo vi venir, la horrenda venganza en su rostro.
(¿O fue algún sueño fantástico de mi cerebro embriagado?)
Me miró con los ojos brillosos, el hombre al que había asesinado.
Me miró y me dijo que lo siguiera, no pude hacer otra cosa que ir,
me reuní con la multitud que pasaba a lo largo, tan penosa y lenta.
seguí con una sensación de condena a aquella sombra espantosa y sombría,
hasta las entrañas de la tumba lo seguí, lo seguí.
La luz interior era extraña y pálida, y el aire congelado,
mi semblante estaba húmedo con amargo sudor, me tambaleé en la escalera.
Intenté gritar, mi garganta estaba seca, busque agarrar su hombro,
bien sabía que el hombre al que había asesinado estaba allí para hacernos daño.
¡Sí!, estaba caminando a mi lado, sus dedos aferraron los míos,
este hombre que conocía tan bien había muerto, su mano era hueso desnudo.
Su rostro era como una calavera, sus ojos eran cavernas de decadencia…
Y así llegamos al marco de cristal donde descansaba el solitario Lenin.
Sin un sonido merodeamos arrastrando los pies, busqué hacer una señal
pero como un vicio su mano de hielo estaba mordiendo la mía.
Caminamos con los hombros caídos y paso pesado alrededor del lugar donde descansa Lenin,
vi su huesuda quijada ir a tientas a su pecho.
Con una sonrisa espantosa se lanzó a tientas y rasgó su saco,
y del hueco de sus costillas sacó su corazón ennegrecido…
¡Ah no!, ¡oh Dios! ¡Una bomba, una bomba!
Y mientras yo gritaba espantado con demoníaco aullido lo elevó y balanceó ante la cabeza de Lenin.
Oh, yo estaba enceguecido por el resplandor y ensordecido por el rugido,
y sobre una masa sangrienta me revolqué en el piso.
Entonces cayeron sobre mí alpes de oscuridad, y cuando vi nuevamente
la luz leprosa fue en una celda, y estaba atormentado de dolor,
y rodeado de formas de oscuridad, que esperaban que me muriera,
porque entre la multitud que atiborraba la tumba el único que vivía era yo.
Me dijeron que soñé un sueño que no debía ser revelado,
pero por el brillo maligno de sus ojos supe que mi condena estaba sellada.
No necesito contar desde mi celda en la cárcel de Lubianka cómo me quebré,
pero escuchen, aquí está el punto de toda mi historia…
Afuera del sueño nadie sabía de aquella sombría escena sangrienta,
cerraron la tumba, y luego la lanzaron abierta como antes.
Y allí estaba Lenin, rígido y quieto, un símbolo y una señal,
y razas rancias acuden a su seplucro a estremecerse y maravillarse,
y sostienen el pensamiento: si Lenin se pudre los soviéticos decaerán,
y allí duerme y mantiene calma su observación y atención para siempre.
Aún si pasan aquel marco de vidrio miren de cerca su fisonomía,
tan austera y firme se burla del gusano, contempla como la cera… y lo es.
Te dicen que es una momia, no cometas aquel claro error:
te diré, es un muñeco, sí, una ficción y un engaño.
Este ojo contempló la bomba sangrienta que lo golpeó en la cabeza.
Escuché el golpe, ví el relámpago, aún… ahí él yace sereno.
Y por el rugido que conmovió la tumba pregunto: ¿cómo pudo ser?
Pero si dudan de aquel hecho de condena, sólo vayan por sí mismos y mírenlo.
Piensan que estoy loco, o borracho, o ambos… Bueno, me importa un rábano:
les digo esto: su Lenin es un impostor encerado de escaparate.
Así fue la historía que me dio, allá en el bar de Casey,
aquel sabandija ruso con la jarra revuelta de la tierra del Comisario.
Puede ser verdad, les dejo a ustedes que se figuren en cuánto.
traducción: Hugo Müller