Gente sin techo en el centro porteño
Las últimas lluvias no han detenido a José, con un armónica en la mano, probando suerte cerca de cajeros automáticos en el centro de Buenos Aires. Este duro dormilón de 47 años se sienta con las piernas cruzadas tocando su instrumento enfrente de un supermercado.
“No estoy mendigando, encontré una veta” dice sinceramente luego de que un miembro del público le dio 10 pesos en su vaso de plástico. “No le pido nada a nadie. Proveo entretenimiento”.
Pero la ley no está del lado de José. Un policía podría decidir que está violando la sección 3 de la Ley de Vagancia, que prohíbe mendigar en la CABA, y arrestarlo. Si se lo declara culpable de la ofensa, sería juzgado como un vagabundo criminal, sujeto a una multa máxima de 10.000 pesos. En la ciudad los arrestos y cargos por la ley de vagancia han caído significativamente en los últimos años a pesar del incremento exponencial de las personas en situación de calle durante la era macrista. En 2018 la Policía de la Ciudad realizó 17 arrestos por mendicidad en lugares públicos, contra los 141 de 2014, según reportan datos privados del Gobierno de la Ciudad a los que accedió fortuitamente Maldita Realidad. De uno u otro modo, los “sin techo” del centro de la ciudad aseguran que la policía utiliza la ley para removerlos de los lugares expuestos que escogen para vivir.
Es una experiencia compartida con otras provincias, donde las ordenanzas de prohibición de la mendicidad y la vagancia han evitado que los excluidos y marginados logren acomodarse en las calles, sobre todo teniendo en cuenta la temporada invernal que se avecina. A nivel nacional, en 2018 hubo 1.320 arrestos por vagancia, un 6% más que el año anterior. Ser catalogado como vago impide a estas personas acceder a los servicios que brinda la administración de Rodríguez Larreta a los “sin techo”.
“Desde que vine a esta zona me llevaron 13 veces por vagancia, y estuve dos veces ante un juez que tenía en su despacho una foto de nuestro presidente imbécil. En cinco oportunidades estaba dormido cuando me sacaron tirándome de los pelos y las piernas. ¿Cómo pueden decir que estaba mendigando? Yo sólo me levanté y les dije que me dejaran tranquilo, que sólo soy un músico experimental, callejero. A muchos tipos que están en mi situación les pasa lo mismo, les levantan ‘actas’ contravencionales, los multan por 1.000 pesos y les ponen una restricción para que no puedan ingresar al centro. Si los agarran regresando entonces los pueden llevar a la cárcel. Eso significa que hay un montón de gente sin casa, sin trabajo y sin familia que no pueden usar los servicios del ‘guasón’ Larreta, reservados para quienes han de hacer campaña a su favor en las próximas elecciones, llenando de alabanzas a los albergues porteños para “personas o familias en situación de pobreza extrema”.
También en la CABA están de moda las ordenanzas orientadas a proteger los espacios públicos, y con ellas también perseguir, echar y encarcelar a los sucios desclasados que afean la ciudad durmiendo en las calles. Estas normativas encantan a las clases altas de Recoleta, Puerto Madero y Belgrano.
“Eso es totalmente ridículo, ¿qué pretende esta gente?” pregunta José, incrédulo. “Bueno, tendré que mendigar sí o sí para poder pagar mis multas, ¿cómo se supone que un mendigo pague 1.000 pesos? Esa es sólo una excusa para meternos en cana”. Y él tiene razón: si bien se trata de una ofensa civil, no pagar la multa, en la Argentina usuraria de Macri, conduce a la criminalización y la cárcel de Ezeiza.
José y su simpático perro se sientan enfrente de los cajeros. “Yo sólo toco la armónica. Me gusta el blues, eso no es dañino. Mendicación agresiva son todas las publicidades en las vidrieras de los supermercados bramando ‘compre esto’, ‘compre aquello’, eso llena de odio y rencor a la población que apenas puede llegar viva a fin de mes. Muchos quiosqueros me conocen y saben que soy inofensivo y para nada pedigüeño. Nadie me putea ni me dice que vaya a buscar trabajo porque en la Argentina de hoy no se encuentra un puto empleo hasta para el más calificado trabajador alemán”.
Buenos Aires tiene el récord de personas muertas en situación de calle; sin embargo, aún pervive el mito de que todos son mendigos y atorrantes, acomodaticios choriplaneros. En la calle hay de todo: personas con problemas mentales que tienen cierta cobertura pero que van al centro en busca de compañía o aventuras. Algunos aprovechan para cometer delitos menores. También están los que se drogan con paco, marihuana, cocaína, sí, la droga corre mucho en la calle, desde el poxiran al alcohol, lo que se consiga para soportar el nefasto gobierno de Macri, caracterizado por una impávida insensibilidad. Las autoridades se preocupan por los comportamientos antisociales que afectan al comercio, les chupa un huevo las vidas arruinadas de la gente que deambula por manotear los desechos de comida de los bares. Pareciera que se ensañan con los más vulnerables, y si los agredidos o echados son bolivianos, peruanos o paraguayos, el ciudadano o policía agresor puede llegar a ser declarado héroe nacional.
En el centro hay muchos curiosos que conocen a José por tocar la armónica hasta el hartazgo, algunos se esparcen y jamás pensarán que se trata de un acto criminal, como lo dice la ley porteña. “Si no puedo hacer dinero con esto, ¿cómo se supone que tengo que vivir? Realmente, ¿cómo mierda hago?, ¿debo dejarme atrapar e ir a la cárcel para seguir vivo? Que se vayan al carajo con eso, ¡viva Nicolás Maduro y la Revolución Bolivariana!” –concluye su declaración sobre la vida en la city porteña nuestro querido amigo José.