El cucú

Jamás escribí una línea en alabanza de este pájaro parásito,

y lo que es más, no intento escribir una palabra laudatoria

desde que en mi jardín los petirrojos han hecho un nido con huevos de pinta primorosa,

y entonces un monstruoso cucú estaba solo en el lote.

Por supuesto los tontos lo empollaron junto con sus dos pequeños polluelos,

y allí arrojó su peso, pero con los otros no se iba a mezclar.
De hecho, parecía que sus agallas odiaban, y cruzando los pateó al suelo,

entonces a la mañana siguiente, ¡lamentable destino!,
encontré dos bebés muertos como una piedra.

Aquellos estúpidos petirrojos, ¡cómo lucharon para glotonear a aquel joven cucú!
Y como un prodigio se lanzó y diariamente crecía su codicia.

¡Cómo hubiese chasqueado, tragado y escupido!

Hasta que finalmente sucedió, el nido creció demasiado grande para ajustarlo, se cayó sobre el pasto.

Entonces lo alimentaron durante una semana allí,
y en un rincón del césped se acomodó, pero estaba resentido de su cuidado,

porque los doblaba en tamaño.

Cuando, ¡oh!, un mediodía escuché un llamado como una flauta:

¡Cucú, cucú! Entonces de súbito aquel pájaro tonto aleteó a sus pies y voló.
Estoy seguro de que nunca dijo adiós a su cría de apego, a su Pa y Ma,

aunque ante su desolado suspiro debió gorjear: «Au revoir».
Pero no, se puso caprichoso volando el gallinero por nuevos climas y entonces digo:

“Ingratitud, su nombre es Cucú”.
traducción: Hugo Müller

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