Los sueños bohemios
Porque mi abrigo está empeñado elijo llevar mi vaso a un pequeño bistró en la calle Montparnasse,
los cubos polvorientos con botellas brillan, el mostrador forrado con zinc,
y allí me siento y tomo mi vino, y pienso, pienso y pienso.
Pienso en la vieja Estambul, de musulmanes y griegos,
de persas en abrigo de algodón, de kurdos en sheik árabe,
de todos los tipos de salud y enfermedad, y mientras elevo mi vaso
a través del puente Galata sé que pasan, pasan y pasan.
Pienso en los árboles de cidra brillando, en las palmeras abanicando y haciendo sombra,
en navegantes danzando con chicas negras y marrones,
y aunque todo esté a un océano de distancia, desde Yucatán a Francia,
apuesto junto al viejo bazar que bailan, bailan y bailan.
Pienso en Montecarlo, donde llaman los pálidos croupiers,
y en el encantador, culpable aire los apostadores observan la bola,
y mientras despejo la espuma con la cual está coronada mi cerveza
las ruedas bajo la cúpula dorada giran, giran y giran.
Pienso en el vasto Niágara, aquellos golfos brillantes de espuma,
cuyo poderoso rugido asombraría a una cabeza más prosaica que la mía,
y mientras paso ociosamente las horas contra una pared grasienta
sé que verdes las aguas se inclinarán y caerán, caerán y caerán.
Pienso en Nijni Novgorod y judíos que jamás descansaron,
y mujeres del pueblo con palo y capacho que son esclavas en Budapest,
en el rechoncho y robusto japonés que golpea el arrozal
y mientras haraganeo y fumo a gusto ellos trabajan, trabajan y trabajan.
Pienso en los santuarios de Indostán, en Ias tinieblas de monasterios en España,
en minaretes de Ispahan, en el templo de Santa Sofía,
las torres de convento en Palestina, los templos de Catay,
y mientras me estiro y sorbo mi vino ellos rezan, rezan y rezan.
Y así vivo dentro de mis sueños y las visiones van y vienen,
y la vida pasa como un show cinematográfico, hasta que tan seguro
como que mi pipa está bajo mi nariz, en medio de mis visiones ricas y maduras
sueño, sueño y sueño.
traducción: Hugo Müller