El hombre de Eldorado
I
El es el hombre de Eldorado, y acaba de llegar a la ciudad en mocasines y una aceitosa camisa de ante.
El es lúgubre como cualquier indio, y bastante cerca del marrón,
es mugriento y huele a sudor y tierra.
El luce una cosecha de bigotes que avergonzaría a un cerdo saludable.
el trabajo duro ha trasegado sus huesos e inclinado su espalda,
se desliza por la acera seguido por su perro amarillo,
pero tiene un puñado de oro en polvo en su saco.
Parece de poco ingenio cuando parpadea ante todas las luces,
y quizás esté pensando en su pretensión y en la oscura y diminuta cabaña donde descansa y sueña por las noches,
(¡gracias a Dios jamás volverá a ver aquel lugar!)
donde vivió sobre tomates en lata, bifes embalsamados y pan fermentado,
sobre frijoles oxidados y tocino pelado con moho,
su estómago desbaratado y su sistema lleno de plomo,
pero se acabó, y su bolso está lleno de oro.
Ha jadeado ante el grillete, ha cargado a la deriva,
ha golpeado su rostro en la arcilla limosa,
ha abusado de sí mismo hasta la enfermedad, la oscuridad, la humedad y el doble turno,
ha trabajado como un demonio noche y día.
Y ahora, alabado Dios, se terminó, y parece respirar nuevamente el heno recién cosechado,
la cálida, húmeda, amigable marga, ve una huerta nívea en un llano verde y rizado,
y una pequeña cabaña cubierta de viñas, y es su hogar.
II
El es el hombre de Eldorado, y ha tenido su mordida y cena,
y se encontró con uno o dos amigos secos, ocultó su oro en polvo,
pero él está como animado, entonces se queda lo suficiente esta noche para verlo.
Su ojo está brillante y genial, su lengua ya no se retrasa,
su corazón está rebosante de felicidad y alegría,
tal vez esté lejos de lo respetable, tal vez esté vestido con harapos,
pero esta noche se siente como si fuera el dueño de la tierra.
El dice: “Muchachos, aquí es donde el desgreñado norte y yo nos sacudiremos,
pensaba que nunca iba a lograr ser libre.
Me mantuve perdiendo oportunidades pero al fin tomé riesgo,
no hay más estiércol congelado del deshielo para mí.
Voy al país de Dios, donde viviré una vida simple, compraré un poco de tierra y comenzaré:
labraré un pequeño hogar y me ganaré una pequeña esposa,
y criaré a diez pequeños niños para alegrar mi corazón”.
Ellos demostraron su simpatía amontonándose en la barra,
hincharon tres tragos y bebieron a su salud.
El se despojó de una sonrisa radiante y fumó un cigarro de rango,
brindaron por su esposa por venir, la doncella insospechada,
brindaron por sus diez hijos, y cuando bebieron lo suficiente muy tiernamente
acostaron al hombre de Eldorado en el piso.
III
El es el hombre de Eldorado, y sólo está comenzando a cultivar una punta de miles de dólares.
Su bolso está lleno de oro en polvo y su corazón lleno de pecado,
y está bailando con una chica llamada Muckluck Mag.
Ella es tan liviana como cualquier hada, ella es tan bella como un durazno,
ella es la dueña de la brujería a seducir, hay brillo del sol en sus modos,
hay música en su discurso, y hay miel concentrada en su sonrisa.
Oh, la fiebre del salón de baile, el resplandor y el brillo,
la belleza, las joyas y el vértigo, la locura de la música,
el frenesí del vino, ¡el lánguido atractivo de una muchacha!
Ella es como una madonna perdida, él es demacrado, descuidado y sombrío,
pero ella lo acaricia y contempla a los ojos, sus besos buscan sus pesados labios,
y pronto a él le parece que ha arriesgado su pequeña aspiración al paraíso.
“¿Quién se postula para un jugoso paso doble?” gritó el maestro de ceremonia,
la música vibra con un ritmo suave, seductor.
Hay un resplandor, atractivo y alegría, hay chicas guapas en abundancia,
hay un hombre lanudo con mocasines en los pies.
Ellos saben que lo agarraron yéndose, está comprando vino para todos,
se apiñan alrededor como buitres ante un festín,
entonces, cuando su bolso está vacío lo expulsan del salón
y lo rechazan como una bestia a la alcantarilla.
El es el hombre de Eldorado, y está pintando de rojo la ciudad,
detrás de él deja un rastro de polvo amarillo,
sube y baja en un torbellino de desmán sin sentido,
no hay nada que constate su locura y su lujuria.
Y pronto el mundo pasa a su alrededor, viaja como una llama,
ellos luchan por aferrar su mano y llamarlo amigo,
los caballeros de reputación perdida, las damas de lamentable fama,
entonces viene el sombrío despertar, el fin.
IV
El es el hombre de Eldorado, y tiene un gran asunto, hay fiesta, baile, vino sin restricción,
las suaves Beau Brummels en el bar, los hombres faro están allí,
los comerciantes y pretenciosos de pintura roja,
las mujeres pulcras y pintadas, sus predadores ojos brillando,
seguro Klondike City nunca vio algo semejante,
entonces Muckluck Mag propuso el brindis,
«por el que da el show, el hombre más vivo que ha dado el golpe”.
El “vivo” se levantó, balbuceó para responder y entonces viene a su confuso cerebro
una visión de verdes vastedades bajo el cielo de abril,
y pasturas de trébol empapadas con lluvia plateada.
El sabe que no puede ser, que él está abajo y afuera,
la vida lo mira maliciosa con aliento fétido y viciado,
y entonces en medio del jolgorio, la canción, la animación y el grito,
de pronto se torna sombrío y frío como la muerte.
Agarra la mesa tenso y dice: “Queridos amigos míos,
dejé que hundieran sus dedos en mi bolso,
se atestaron en mi mesa y los he sumergido en mi vino,
Y dejé poco para darles excepto mi maldición.
Fallé supremamente en mis planes, es demasiado tarde para quejarse,
mi bolso está poderosamente henchido y es pequeño.
Les agradezco a cada uno por venir aquí, la felicidad es mía,
y ahora, ladrones y putas, tómenlo todo”.
El tuerce la correa de su bolso, lo balancea sobre su cabeza,
las pepitas caen a sus pies como granos.
Tintinean sobre el techo y la pared, se dispersan, ruedan y rebotan,
el polvo es como una ducha de lluvia dorada.
Los invitados se paran espantados un momento, luego se arrastran por el piso,
pelean, gruñen y se embisten como bestias de presa,
y entonces, mentras todos están agarrados y maldicen
el hombre de Eldorado se desliza afuera.
V
El es el hombre de Eldorado, y ellos lo encontraron rígido y muerto,
mitad cubierto por la mugre y los desechos congelados.
En su mano había un Colt coagulado, había un agujero en su cabeza
y llevaba una vieja y aceitosa camisa de ante.
Sus ojos estaban fijos y horribles, como alguien que saluda el final
la escarcha lo había dejado rígido como un madero,
y allí, medio apoyado en su pecho, su último y único amigo,
allí se lamentaba agazapado un sarnoso perro amarillo.
traducción: Hugo Müller