A los treinta y cinco

Setenta, dijo el salmista,

y ya en mi curso estoy bien cerca de la mitad de la carrera,

he tenido mi burla ante la muerte polvorienta,

he tenido mi parte de fiesta y diversión.

Me he burlado de aquellos que charlan y predican,

me he reído con cualquier hombre vivo,

pero ahora con corazón sobrio alcanzo la gran división de los treinta y cinco.
Y viendo atrás debo confesar que tengo pocos motivos para regocijarme.

He jugado más o menos al mimo, he buscado a tientas fortuna, me he burlado del destino.

He soñado vastamente y he hecho poco,

he observado ociosamente el esfuerzo de mis hermanos:

¡oh, he holgazaneado al sol por primorosos caminos hasta los treinta y cinco!

Y aquellos que me igualan en la carrera, bueno, algunos están acabados y pisoteados,

los otros andan con paso sobrio, sólo uno gana delicado renombre.

¡Oh, festín de medianoche y amanecer famélico!
¡Oh, vida dura, divertida, viva con esperanza!
¡Oh, juventud dorada, ida por siempre, qué dulce pareces a los treinta y cinco!

Cada una de nuestras vidas es sólo un libro tan absoluto como la Escritura Sagrada,

humildemente leemos, y quizá no vemos arriba, ni cambiamos una palabra de ella.

Y aquí hay alegrías y dolores, y aquí hay fracaso y prosperidad,

¡oh, volumen maravilloso! ¿Qué queda cuando alcanzamos el capítulo treinta y cinco?
Lo mejor de lo mejor, me atrevo a esperar,

cerca de que el Destino escriba el Final del tomo,

una cabeza más sabia, una mirada más amplia, y para el corazón gitano, un hogar,

un hogar lleno de canción, con los seres amados cerca,
con alegría, todo vivo con el brillo del sol: verme crecer más joven cada año,

¡Vieja edad, tu nombre es Treinta y cinco!
traducción: Hugo Müller

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